La final de Copa del Celta en 1994: «Un milagro extraterrestre al que le faltó la guinda»

M. V. F. VIGO

GRADA DE RÍO

Benito

Celtistas nacidos en seis décadas diferentes recuerdan el partido de hace 30 años; varios de ellos estuvieron in situ en el Calderón

20 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

30 años después de la final de Copa que disputó el Celta frente al Zaragoza en 1994, ningún celtista que lo fuera ya entonces la ha olvidado. Los recuerdos son más vagos en los que tenían corta edad y en los que ahora la tienen avanzada y no los guardan de manera tan nítida. Pero aquella cita está marcada a fuego para todos. Celtistas nacidos entre los años 20 y los 80 recuerdan cómo vivieron aquella noche ilusionante como toda aquella temporada copera y fatídica por su desenlace.

Javi Vaz (1987)

«Con sete aniños, foi o meu primeiro golpe como celtista, dos que fan callo»

Javi Vaz tenía «sete aniños» cuando el Celta jugó aquel partido histórico. Por aquel entonces, «admiraba, idolatraba, adoraba a Cañizares», tenía su camiseta amarilla de rombos y quería ser portero como él. «Das poucas cousas que lembro aparte da tristeza e decepción final foi pensar durante toda a prórroga: ‘Imos gañar, Cañizares vai parar todos os penaltis porque é o mellor porteiro do mundo'. Non parou ningún e entristecinme moito, caeume un mito con sete anos», subraya.

Tiene más recuerdos de otros partidos de aquella Copa, como de la semifinal frente al Tenerife, que de la propia final, pero el hecho de que Cañizares no detuviera ninguna pena máxima, así como la  fallada por Alejo, los recuerda como si fuera ayer. «Deixei de querer ser porteiro. Xogaba igual nas pachangas porque era moi malo. Pero foi o meu primeiro golpe como celtista, dos que fan callo».

Flipe Abalde (1978)

«Nunca vivira un desprazamento tan masivo; daba a impresión de que todo Vigo estaba alí»

A sus entonces 16 años, Filipe Abalde estuvo en Madrid, viviendo el partido en directo. «Aquela tempada fora a típica do Celta de equipo recén ascendido que estivo coqueteando co descenso toda a liga. O difernte foi a Copa. Fomos pasando eliminatorias de todo se desbordou a partir dos cuartos», cuenta. Menciona una «Copa estelar de Gudelj» y una ilusión creciente hasta llegar a aquella final. «Vira a semifinal en pantalla xigante nas Travesas e fora directamente á praza de América ao saír. E houbera recibimento en Peinador».

Después, los colectivos celtistas organizaron aquel desplazamiento multitudinario. «Era mércores, co que iso supoñía. Eu tiña un exame, pero era unha ocasión única e preferín ir a Madrid», razona. Alguien en su parroquia, Matamá, organizó viaje y allá fue él junto a compañeros celtistas como Berto Villmarín, de Yo jueguén en el Celta. «Lembro que era un campo vello e a explanada onde estaban todos os autobuses do Celta. Sorprendía tanta camiseta. Tiven a sensación de que estaba todo Vigo alí. Nunca vivira un desprazamento tan masivo».

A partir de ahí, el carrusel de emociones do partido. «Primeiro, superioridade absoluta do Zaragoza, con dúas clarísimas en dez minutos; tiñan un equipazo e ninguén contaba gañar. Pero o partido foise igualando, houbo a expulsión de Aragón e na prórroga dixemos: ‘Por que non?'», rememora. También tiene grabada la ocasión de Salva de cabeza que paró Cedrún y el optimismo de cara a los penaltis. «Con Cañizares, un porteirazo, si cría que tiñamos opcións. Houbera un de Darío Fanco que lle pasa por debaixo e case o para», apunta.

Tampoco se olvida de la camiseta que rompió con una valla metálica cuando Alejo falló el último ni de los dos o tres segundos de silencio entre que él, desde su posición, vio el balón de Higuera -último lanzador rival- entrar y la afición zaragocista lo celebró: «Acabara un soño». Con la perspectiva del tiempo, no duda que llegar a aquella final, aunque doliera perderla, fue todo un logro.

Javier Encisa (1969)

«Fui solo en un autobús de aficionados; era mi primer partido fuera de casa»

Javier Encisa, JES, tenía 24 años y también estuvo en el Calderón. Era su primer partido del Celta fuera de casa en una época en la que viajar con el equipo no era tan frecuente como ahora. «A pesar de que no conseguí animar a nadie más que se viniera, me dio igual viajar solo en un bus de aficionados, pero quedé con mi hermano pequeño, que estaba estudiando en Madrid y fuimos los dos al partido». Con la dificultad añadida de que «en esa época para quedar con alguien al llegar a Madrid y avisarle de donde estabas, había que bajar del bus, buscar una cabina para llamar y narrarle al detalle dónde estabas», frente al WhatsApp y la ubicación actuales.

Recuerda que cuando el equipo se plantó en semis contra el Tenerife -con Jorge Valdano de entrenador y Ángel Cappa de segundo- todo el mundo lo daba por eliminado, ya que era «un equipo de moda». Después, el «sueño» de verse en la final. «Fue un partido muy igualado que pudimos haber ganado. Nunca olvidaré un cabezazo de Salva casi al final del partido que sacó Cedrún. Luego, recuerdo sufrir los penaltis y vivir la decepción de perder. Salí del estadio con la sensación de que habíamos perdido una oportunidad histórica y que sería muy difícil volver a otra final y que yo la viera», recuerda. Aunque sucedió en el 2001 y también la presenció in situ: «Me dolió mucho más, porque llegamos como favoritos».

En 1994, era todo lo contrario. «Éramos un equipo 100% de permanencia pero, eso sí, con un porterazo como Cañizares, un goleador como Gudelj, un refuerzo como Andrijasevic que fue clave en esa eliminatoria más Jorge Otero, Ratkovic, Engonga..», enumera. Más allá de la derrota final, destaca el «milagro» de haber llegado a ella, porque en ese momento era «algo totalmente increíble y extraterrestre» aunque faltara la guinda.

JES

Argimiro Rodríguez, Rikitrí (1955)

«Nunca vivira unha mobilización no celtismo como a da viaxe ao Calderón»

Allá por 1994 ya había nacido -a raíz d la crisis de los avales- la peña Rikitrí de la que hoy sigue al frente Argimiro Rodríguez, conocido también por ese sobrenombre, que era a su vez el del bar que regentaba. Allí vivió aquella final. «O feito de ter o bar condicionaba a viaxe, pero vivímolo alí a maioría da peña», señala. A sus 38 años, era su primera final. «Lembro moitísima ilusión, pasar á final fora unha explosión de xúbilo, cun recibimento incrible aos xogadores, viviuse como un momento único. Non era algo habitual nin esperado nese momento e a mobilización para o Calderón foi tremenda», relata. La mayor que había visto hasta ese momento, «sen dúbida».

Los recuerdos que se le agolpan de primeras de todo aquello son «moi bonitos, entrañables», pero luego vino la «mágoa de perder a oportunidade de acadar ese título que nunca chega». «No momento en que Alejo falla o penalti, vense todo abaixo. Aínda que o vives de maneira distinta, nese momento é coma se o estiveses tirando ti», di. Más allá del sinsabor del momento, lo asume con naturalidad. «Levas unha decepción, pero vas asimilando que a vida é dura e que hai moitos golpes. Non puido ser, hai que asumilo e seguir loitando a ver se algún día volve haber a oportunidade».

Se queda con «vivencias para sempre» entre las que le marcó el recibimiento en Peinador tras eliminar al Tenerife para plantarse en aquel partido definitivo del torneo del ko. «Pasas eliminatorias e ailusión vai crecendo, pero lembro sobre todo a Gudelj celebrando aqueles goles en Tenerife e o recibimento impresionante. Son recordos que están aí, momentos bonitos que permanecen aínda que logo non se acadara o obxectivo». Espera que si hay una nueva ocasión, «o resultado final sexa favorable».

Itos Arce (1950)

«Me rompió ver a tanta gente joven llorando, pero también hay que aprender a perder»

Itos Arce es de la que estuvieron in situ en Madrid, aunque su «aventura» en aquella final es completamente atípica. Para ella, el partido y su resultado pasaron a ser lo de menos pese a ser una celtista acérrima y miembro de una familia donde tanto sus descendientes como sus ancestros lo han sido también. Había ido con su pareja, su madre y un cuñado. «Llegamos allí y mi marido, que vive mucho los partidos, estaba como siempre: que si estirando los brazos, que si llamándole las cosas que se les llaman... Y en una de estas, hace un gesto y se desmayó y empezó con convulsiones», relata. Aunque fue atendido, quedó en un susto y él siguió viendo el partido como si nada, para ella lo que pasara sobre el verde ya era lo de menos.

«A partir de ese momento, me daba exactamente igual. Estuve todo el partido mirando para él porque había sido muy desagradable», dice sobre el episodio, que luego se descubrió que se había debido a un problema de cervicales. Más allá de su vivencia personal si recuerda tras el partido «cierta angustia al subir al metro gente joven llorando por haber perdido y de esa forma». «Eso me rompió, ver cómo vivían ese desengaño, pero también hay que aprender a perder. Y creo que en esa época fue cuando la gente joven empezó a engancharse más al Celta. Mis hijos empezaron a ir a Balaídos con aquellas entradas que regalaban en la Casa de la Juventud», añade.

A sus 73 años, y aunque le gustaría ver al Celta ganar la Copa, firma mucho menos. «Me conformaría con llegar salvados a la jornada 35. ¡Me van a mandar a la tumba todos los años igual! Cada vez que nos jugamos la salvación en la última jornada, me marcho de casa, me voy sola a una playa lejos», detalla. Ahora, confía en Claudio: «Espero que este chico de la casa sea capaz de hacerlo bien».

José Carlos Barros (1947)

«Teníamos un equipo que sufría en liga y era impensable llegar allí»

En 1994, la Peña do Baixo Miño ya tenía dos años de vida con José Carlos Barros -que sigue siendo su presidente- al frente. «La gente se animó mucho y fuimos cuatro autobuses a Madrid. Y eso que el Zaragoza era favorito. Yo diría que teníamos un 30 % de posibilidades, pero que al llegar a los penaltis, con Cañizares, se puede decir que habíamos pasado al 70. Al final, no pudo ser», lamenta. Pese al disgusto, recuerda un viaje de vuelta «con la gente entendiéndolo dentro del mal trago».

Para él, el sabor de aquella cita es positivo. «Somos el Celta y llegar a una final es un éxito. Teníamos un equipo que sufría en liga y era impensable estar allí», ahonda este celtista de cuna que responde a ese perfil de niños que iban a Balaídos y se ponían a la cola para que les pasara un adulto.

Aquel 20 de abril, él tuvo que adelantar el regreso de un viaje por trabajo en Suiza. «Pedí un permiso y me fui directo a Madrid y, después de la final, ya a casa», detalla. Pero no se lo podía perder. Y espera tener una nueva oportunidad -también tras la del 2001, de la que dice que el desencanto fue mayor-: «Ojalá lleguemos a otra y por fin ganarla».

Julián Mouriño (1922)

«Pasamos toda la noche metidos en un coche sin dormir»

El abonado más longevo del Celta, que recientemente ha cumplido los 102 años, todavía guarda recuerdos de la final de Copa de 1948, que vivió en la distancia para luego estar in situ en las otras dos que ha jugado el equipo vigués posteriormente. Fue el caso de la del 2001, en Sevilla, y también de la que se celebraba hace ahora dos decenios, en Madrid. «Pasamos toda la noche metidos en un coche sin dormir. Luego vino la desilusión», cuenta. Él tenía por aquel entonces 72 años.

Tiene grabado aquel viaje en familia y «la tensión de todo el partido con el empate» y ese jarro de agua fría de haber «fallado el último penalti y volver a Vigo sin la Copa». Una de las muchas que ha vivido en toda una vida celeste y que presume de que nunca le alejaron del equipo. Porque él nunca lo ha dudado: «Los celtistas de verdad vamos todos a una en los peores momentos». Y con tantos años de celtismo a sus espaldas, sabe bien de lo que habla.