José Antonio Marina, catedrático de Filosofía: «En política muchas veces no tomamos buenas decisiones porque no reconocemos que estamos enfermos»

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«El 'todos son iguales' es un virus social que beneficia siempre a los políticos malos», advierte el filósofo y pedagogo, premio Nacional de Ensayo, que propone una Ciencia de las Soluciones

21 abr 2024 . Actualizado a las 20:11 h.

Las encuestas revelan que los políticos son uno de los problemas que más preocupan a los españoles. Pisándole los pies a la crisis económica (más resiliente que cualquiera de nosotros) y al aceite de la compra, está el clima político a la cabeza de las preocupaciones de la mayoría de los ciudadanos. Por delante de la sanidad y el paro. «Es una opinión extraña, porque la tarea del político es, precisamente, encontrar soluciones», advierte el filósofo y pedagogo José Antonio Marina, Premio Nacional de Ensayo. De adolescente, a Marina, ese profesor que se cansa de aprender y recordar, le quedó grabada una frase de un empresario que decía: «Hoy he pasado una mañana espléndida. He resuelto un montón de problemas». Esa capacidad de las personas resueltas y resolutivas se ha mantenido siempre en el «fondo de armario» de la memoria del maestro, que en Historia universal de las soluciones. En busca del talento político insta a  la creación de una academia que sea capaz de transformar los conflictos en problemas.

«El pesimismo tiene un prestigio que no merece», apunta Marina, que, de cara a las próximas elecciones europeas, considera que «tenemos todos el imperativo moral y práctico de defender lo que ha supuesto la Unión Europea. Porque la alternativa es muy negra».

—A menudo oímos la amenaza, pero a veces no abrimos los ojos hasta que se materializa la catástrofe.

—A veces, en vez de resolver el problema, se trabaja más en aplacar los síntomas, pero esto no soluciona los problemas. Si quito un síntoma de malestar nacionalista, pero no resuelvo el problema, estoy dopándolo, viendo a ver si se tranquiliza dándole cualquier pastilla presupuestaria, por ejemplo...

—¿Cuál es el mayor problema hoy, la realidad social o los políticos que tenemos?

—El cómo se ha configurado la política en los últimos dos siglos, que ha pasado de ser la gran solucionadora de problemas a centrarse en la gestión del poder. Los ciudadanos se dan cuenta de que los políticos están «en otro rollo» y cunde la desafección generalizada. En un reportaje emitido en televisión, preguntaban: «¿Y usted por qué va a votar a Trump?». La contestación era: «Porque no es un político». Es curioso que vayan a votar para el cargo más importante a una persona que no es un político. Por eso es urgente rehabilitar la función política. Esa idea devaluadora de los políticos es una especie de virus social. Desde hace tiempo, estoy trabajando en una vacuna contra la estupidez. Porque las sociedades tienen una especie de enfermedad que es un síndrome de inmunodeficiencia social. Igual que un organismo cuando tiene deprimido su sistema inmunitario no detecta los antígenos, las sociedades dejan de percibir los agentes patógenos y no responden.

—¿Juzgamos mal a los políticos?

—La idea de considerar a los políticos unos sinvergüenzas es un virus social, ¡y a quien beneficia es al virus! La idea de considerar malos a todos los políticos a quien beneficia es a los políticos malos. Al «todos son así» y el «y tú más» del Parlamento, el ciudadano acaba por acostumbrarse pensando: «Es lo que hay. No tiene solución». Y eso es algo que siempre beneficia a los malos...

—¿Hay solución?

—Claro que las cosas tienen solución... Claro que los políticos pueden encajar con la idea clásica de «a la política debe ir la gente más excelente, porque son los que influyen más en la vida de la gente». Nos interesa que sean los mejores.

—¿Cómo lograrlo?

—Necesitamos una academia del talento político. Necesitamos desarrollar ese talento que nos puede organizar bien la vida. El talento político es el de toda la ciudadanía... Esta es una de las grandes equivocaciones que hay: se ha separado la sociedad política por un lado (los gobernantes) y la sociedad civil por otro (los gobernados). Lo que hay que recuperar es que todos los que vivimos en la polis somos políticos; una parte se dedica a gobernar y otra a ser gobernada. De la conversación entre esos dos tipos de políticos deben salir las soluciones. Pero si la sociedad se desentiende, o se deja llevar por las emociones...

—No parece fácil evaluar con acierto.

—No hay nada menos democrático y menos inteligente que el voto cautivo; es decir, que el «yo voy a votar siempre al mismo partido haga lo que haga».

—¿No hay mucho de eso?

—Claro que hay mucho de eso. Y es algo que nos impide ejercer la crítica. Esa polarización se ha generalizado en muchos países. En España, en Portugal, en EE.UU., vemos que hay dos mitades enfrentadas que no saben colaborar. Por unos márgenes pequeñísimos, unas veces ganan unos, otras otros, pero siempre con dificultad de colaborar. Para que salga una conversación brillante las partes han de ser brillantes. Si la conversación es un diálogo entre sordos..., nada. Que nos hayamos acostumbrado a eso es una especie de perversión intelectual. Necesitamos una vacuna contra la estupidez política.

—¿Estamos enfermos, pero no sabemos que lo estamos?

—Sí, y se llega a extremos tremendos. No reconocer cuál es nuestra situación es una enfermedad del sistema nervioso seria. No tomamos buenas decisiones porque no reconocemos que estamos enfermos. El problema es dar por hecho que la política debe ser la gestión del poder, olvidar que lo importante es la felicidad pública, que decían los ilustrados. Es ahí donde hay que trabajar. Cuando se olvida eso, se da una especie de endogamia. Siendo la profesión de político la más compleja, ¿dónde aprenden los políticos su oficio? Lo aprenden escalando el poder. Aprenden a escalar el poder, no a ejercerlo. Obama decía que cuando alguien aspira a la presidencia de EE.UU. muchas veces no tiene experiencia política. En la brega de campañas larguísimas es donde se aprende, pero se aprende mal. Es un aprendizaje perverso: ahí lo que se aprende es lo peor de la política, la politiquería.

—¿Qué distingue al buen político?

—El gran político es el capaz de transformar un conflicto en un problema, y de buscarle solución. ¿Cuál es la diferencia? Que en el conflicto el otro es el enemigo, y el objetivo, destrozarlo. El otro planteamiento es: «Tú y yo tenemos un problema. Nuestro enemigo es el problema, a ver cómo lo arreglamos». En España lo que pasa es que hemos tenido mala educación política siempre. Basta con ver el siglo XIX: tres guerras carlistas, 19 pronunciamientos militares, seis o siete Constituciones... ¿Pero bueno, qué nos pasaba? Y el comienzo del XX, con una guerra civil, con problemas que se han planteado siempre como conflictos y, por lo tanto, no han tenido solución, como el catalán y el vasco. En una democracia, los valores fundamentales pueden entrar en conflicto: el valor de la libertad puede estar en conflicto con el valor de la seguridad. ¿Quito uno? No, no es una opción.

—En política tiene peso el componente emocional. Pienso: «¿Estaré tan equivocada yo como veo de equivocados a otros?»

—Hay que ser conscientes de que hay sesgos emocionales fuertes, que no podemos evitar. Con esos sesgos, pasa como con las ilusiones ópticas. Cuando ves una línea más larga que otra y las mides y son las dos iguales. Fíate de lo que has medido y no de lo que estás viendo, ¡porque ahí hay una ilusión! Pues con la política lo mismo. Es un proceso de conocer nuestras debilidades. Igual que el ciudadano debe ser consciente de sus sesgos emocionales, el político debe saber que, por buena voluntad que tenga, en cuanto ocupa una posición de poder, cambia, de la misma manera que cuando alguien llega a la cima de la montaña y mira al resto desde arriba. Se aleja de la gente... Lo que popularmente se llama ‘tiene el síndrome de la Moncloa’, un efecto perverso e involuntario de ocupar una posición de poder.

—¿En qué consiste la academia del talento político que propones?

—De la buena conversación entre gobernantes y gobernados pueden salir las buenas soluciones. Hay que conocer los mecanismos de cómo se ejerce el poder, los mecanismos de cómo se puede limitar... Los que tiene la ciudadanía, que no solo tiene el poder de votar cada cuatro años. Eso debería formar parte del buen desarrollo del talento político. Los problemas que se nos vienen encima son muy grandes. Ursula von der Leyen hablando de la posibilidad de una guerra en Europa, Macron diciendo que Francia está ya involucrada en la guerra, Trump con la amenaza a los aliados de la OTAN, Putin avisando de su país está preparado para una guerra nuclear... ¿Oímos esas cosas y no las creamos? A comienzos del siglo XX, había gente que pensaba que una guerra era imposible, dados los lazos comerciales de todo el mundo. Pero en 1914 estalló una guerra.

—¿Hay una fascinación por la guerra?

—Sí, pensar que la gente quiere la paz no es verdad. Existe una fascinación por la guerra. Max Scheler dijo que la guerra era el único lugar donde los Estados podían demostrar su gloria y su valía. Eso enardece las pasiones, hay una manipulación emocional poderosísima que se debe desmontar. Ese entramado de creencias, pasiones, odios, resentimientos, metidos en la política hace que esta sea un campo de minas. Te metes y estallan por todas partes. Si no tenemos la suficiente defensa crítica, se nos puede manejar con mucha facilidad. Y podemos cometer atrocidades.