¿Por qué los cocineros gallegos rechazan «MasterChef»? «En estos programas, el primer día no coges ni un cuchillo»

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RTVE

Profesionales del sector de la hostelería se desmarcan de unos concursos que, hasta hace poco, eran la meca de los grandes chefs. Alegan prácticas poco ortodoxas: «En los primeros cástings no coges una sartén, lo importante es dar bien en cámara»

07 may 2024 . Actualizado a las 19:42 h.

Cuando MasterChef llegó a la parrilla televisiva, Gran Hermano enfilaba su edición número 13 —12+1, para la muy supersticiosa Mercedes Milá—, y Sálvame se consolidaba como el buque insignia de Telecinco, en parte gracias a una princesa del pueblo que retorcía la meritocracia. En Antena 3 arrasaba Tu cara me suena, el último formato que consiguió reunir a toda la familia frente al televisor, antes de que las plataformas de streaming segmentasen el plan de mantita y —Netflix— peli. Cuatro reinventaba por aquel entonces los programas de citas, y con Luján Argüelles en el papel de Cupido, cosechaba envidiables datos de audiencia gracias a ¿Quién quiere casarse con mi hijo? o Un príncipe para Corina. La 1 daba palos de ciego. Había salvado los muebles con alguna serie icónica como Amar en tiempos revueltos o La hora de José Mota, que acabaron mudándose a cadenas privadas. Y entonces llegó MasterChef.

Arguiñano era el rey de la cocina hasta que España conoció a Jordi, Pepe y Samantha. Representando papeles perfectamente identificables para el gran público —el guaperas borde, el tragaldabas bonachón y la dama de hierro—, les acompañaba entonces una ex Miss España pareja de torero para ponerle a la guinda del pastel un toque cañí.

Llegaron los «foodies» 

El perfil de los aspirantes de las primeras ediciones, sumado a unos valores —sacrificio, esfuerzo, paciencia— que recordaban a los que catapultaron a la fama a los triunfitos de la primera edición de OT, hicieron las delicias de una audiencia que podía ver MasterChef y comentarlo en el trabajo al día siguiente sin miedo al rubor. Pero no se limitaba la charla al quién te cae mejor: Nadie lo vio venir, pero de repente media España sabía lo que era un coulis y un cuarto de ella empezó a denominarse foodie. Los cocineros llegaron a un punto de fama solo al alcance de estrellas de la música, el cine y la televisión, y aparecer en una prueba de MasterChef se convertía para los chefs en garantía de éxito en sus restaurantes, al menos en las semanas posteriores al programa. Pese a que el tique del menú rondase los 100 euros.

Del tirón de MasterChef bebieron infinidad de locales, se democratizó el concepto de turismo gastronómico y el resto de cadenas de televisión sumaron a sus parrillas formatos parecidos, intentando dar con la fórmula de la Coca-Cola. Chicote la encontró a su manera, por ejemplo. También Begoña Rodríguez, ganadora de la primera edición de Top Chef y una de las cocineras más prestigiosas del panorama actual.

Quitarle méritos en lo culinario a MasterChef es tan injusto como negar que el programa se encuentra desde hace años en un callejón oscuro del que no sabe o no quiere salir. Si tiempo atrás los chefs se peleaban por estar unos minutos en las cocinas de este talent, hoy son muchos los que no solo reconocen que no irían, sino que exponen como «negativa» la deriva que ha tomado este concurso, que cada vez se ve envuelto en una polémica de mayor calado.

Pablo Gallego es uno de los cocineros más viscerales que hay en Galicia. Basta con ver las respuestas que da a sus clientes en plataformas como TripAdvisor. Su perfil podría ser, a priori, perfecto para esos directores de cásting que buscan arrojo, valentía y personalidad en los jueces de estos concursos. Este cocinero, que tiene su restaurante homónimo en el centro de A Coruña, se presentó a las pruebas de Top Chef (Antena 3) meses después de que MasterChef saliese al ruedo. Aquel concurso buscaba al mejor chef del país. Pero con condiciones.

Según cuenta este profesional, «hay que tener en cuenta que una cosa es la cocina y otra un programa. Lo principal es generar audiencia, por eso nadie puede ser muy perfecto pero tampoco un necio; es como si rodaras una película, pero los actores son los cocineros», y añade: «Cuando me presenté, el primer día de cámara seríamos unos treinta, y nos hicieron pruebas de cámara, porque querían ver cómo hablábamos, nuestro perfil psicológico... Pero no cogimos ni un cuchillo ni una sartén. De manera natural fuimos haciendo grupos, y en el mío había gente con looks muy marcados entonces, con tatuajes y piercings... unas tribus urbanas tremendas, y dije: ‘Estos se van a quedar'. Y efectivamente, así fue, sin tocar nada de cocina. Luego a ellos ya sí les hicieron otro tipo de pruebas, pero la primera criba se basaba en si gustabas en cámara o no». Gallego lo justifica: «En televisión sería muy aburrido reflejar el día a día de un restaurante; claro que hay momentos de crisis, de tensión y de risas, pero hace falta un guion para que las cosas funcionen».

En los últimos años no han sido pocos los participantes de MasterChef que han denunciado prácticas no demasiado ortodoxas por parte del programa. El caso de Patricia Conde fue sonado. Después de que la presentadora bajase los brazos en la semifinal de una de las ediciones celebrity, declaró: «No puedo con las mentiras, y antes de ofender a un compañero o creerme mejor que nadie prefiero reírme de mí misma y ofrecer el show que tanto me pidieron cuando me echaron. Es televisión, no es realidad».

La muerte de Verónica Forqué también puso al programa entre las cuerdas, al menos en redes sociales. Tras salir a la luz su fallecimiento, semanas después de que pasase por el talent, muchos usuarios recordaron el agotamiento palpable que la actriz sufría en las pruebas, y cuántas veces dijo que no podía más.

Los mismos valores que hacía diez años eran elogiados por los seguidores del programa —sacrificio, esfuerzo, paciencia— se fueron volviendo perniciosos, y pasando factura a aquel Alberto del «león come gamba» o a esa Saray que presentó una perdiz sin desplumar. El jurado no pasa una y lo hace saber. Y, si no, que se lo digan a Tamara, una de las concursantes de la edición vigente. Es el enésimo escarnio al que se ha sometido MasterChef y, en este caso, tiene como protagonista a una consultora aspirante a cocinera y al pluriestrellado Jordi Cruz.

La participante hizo un alegato en pro de su estabilidad emocional y decidió abandonar el concurso, argumentando que se sentía «sobrepasada». La reacción del cocinero catalán fue de todo menos comedida: «Muy bien, ciao, su delantal y su puerta; aquí no ha pasado absolutamente nada». La polémica se servía fría y en bandeja de plata, y en ella se metió hasta la ministra de Sanidad, Mónica García, que valoró positivamente la decisión «valiente» de una concursante que, cabe decir, a los pocos días salía quitándole importancia con Cruz en redes sociales.

Este y otros ejemplos le sirven a Ricardo Fernández Guerra, docente de la FP de Cociña en el CIFP Carlos Oroza de Pontevedra para, si no rechazar, desde luego afirmar que nada tiene que ver el funcionamiento de este tipo de programas con lo que sucede en una escuela que forma a futuros chefs. Para este profesional, que se ha curtido en lo más granado de la alta cocina, «es fundamental que en el equipo reine el compañerismo y abandonar la competitividad; pero, desde luego, las prácticas que pongan en riesgo el bienestar de las personas». Continúa: «Es cierto que en un restaurante hay cierto esquema militar, las funciones están muy delimitadas y cada uno sabe cuál es su papel, pero hay que intentar dejar las tensiones a un lado y eliminar esa imagen de que lo primero es el trabajo y luego la vida personal; eso de dedicar quince horas al día a la cocina hace mucho que dejó de estar bien visto».

Según su opinión, sí hubo un tiempo en el que los programas de cocina generaban ciertos estereotipos, «y algunos alumnos llegaban a clase pensando que iban a ser el próximo estrella Michelin y que lo más importante era ser creativo. Esto, por suerte, se les pasaba a los quince días, porque en clase empezamos por algo tan básico como el estropajo. Y yo no veo que en estos concursos se les dé mucha importancia a la seguridad alimentaria y la higiene».

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Además, piensa que tanto esos clientes que buscan una cocina de calidad, como los propios hosteleros, quieren estar en lugares donde se respeten los horarios y los derechos de los trabajadores. Opina igual Andrea Cameán, del restaurante Material, en Malpica. Y esto choca frontalmente con lo que promulgaba, al menos mientras duró el programa El Xef (Cuatro), uno de los mejores cocineros del mundo: Dabiz Muñoz. El responsable de DiverXo se congratulaba de trabajar 16 horas al día, y asumía que no todos los aprendices serían capaces de seguirle el ritmo. Para Cameán, que cuenta con uno de los restaurantes más punteros de la comunidad gallega —recomendado por la guía Michelin—, «es prioritario que en cocina todo el mundo tenga claro su papel, pero también que reine el buen rollo, ya que si no es así esto se les transmite a los clientes. Por eso es fundamental el respeto en todos los sentidos, y dejar los egos a un lado».