Los tesoros ocultos del instituto Fernando Blanco de Cee

CARBALLO

El centro educativo conserva aún obras de arte y piezas únicas de la época en la que el fundador erigió el edificio

10 feb 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Pocos centros de enseñanza públicos habrá en España con el pasado del IES Fernando Blanco, en Cee. Su promotor, un rico indiano, logró abrir en 1886 en una zona tan apartada como la Costa da Morte toda una institución. Han pasado muchos años desde entonces, pero el brillo de aquella época y el esplendor de entonces no se han apagado. Los restos de un legado único surgen por doquier en el edificio, que ha vivido varias obras para adaptarse a los tiempos y lograr la funcionalidad de los centros modernos. Entre pupitres y ordenadores aparece, de cuando un cuando, un guiño al pasado en forma de láminas, libros, esculturas, animales disecados, instrumentos de laboratorios, ropajes litúrgicos y hasta interruptores de la luz y teléfonos de manivela. El Fernando Blanco está lleno de rincones medio secretos. El campanario, con la maquinaria del reloj funcionando perfectamente -le da cuerda cada día el bedel, que también la engrasa- luce, algo maltrecho, con sus campanas de bronce. Por el centro hace de guía el director del Fernando Blanco, Jesús Casas. De armarios cerrados y almacenes ocultos va sacando pequeños tesoros: la colección de interruptores de la luz que se retiraron tras las reformas es un ejemplo. Son pequeñas joyas de porcelana blanca policromada. Cada uno con un diseño distinto, evidenciando que se pintaron a mano. A mano pintó José Madrazo, explica Casas, el retrato de Vázquez Queipo -albacea de Fernando Blanco- que cuelga de las paredes del despacho de dirección. Otra obra de un artista de renombre se puede ver en la capilla: un Cristo de Francisco Díaz Carreño a imitación de Velázquez. Y por todas partes esculturas de mármol blanco, con la impronta en su composición de la Academia y del neoclasicismo de líneas puras del XIX español. Pero hay muchas más sorpresas. La tumba del mecenas, en mármol blanco y con una calavera con fémures cruzados, símbolo barroco de la muerte, de la vanitas. Las láminas decimonónicas entre de un neoclásico manierismo de posturas forzadas sobre la caza del avestruz o la pesca del cocodrilo que penden de los pasillos del primer piso. Quedan restos de vajillas sevillanas y paquetes con los botones que los bedeles de entonces llevaban en sus libreas: los hay dorados y plateados. El color dependía del rango de sus propietarios, explica Casas. Aún hay en las aulas animales disecados del gabinete científico de entonces, instrumentos científicos, ropas litúrgicas de gran lujo en la capilla y un sinfín de libros del XIX y otras curiosidades. En definitiva, un tesoro que merece ser conservado y divulgado.