Lleva toda una larga vida pegado a un teclado diatónico, tocando para alegrar a quienes se acercan a escucharlo
26 may 2010 . Actualizado a las 02:00 h.Merexo (Muxía) es un lugar conocido por su paisaje. También por la polémica con la piscifactoría. Pero Merexo es, sobre todo, un lugar ligado a un nombre propio, o a un apellido, el de Pazos. Seguramente Pazos de Merexo ha contribuido a difundir más que nadie su tierra natal, y lo ha hecho a través de la música, la de su acordeón diatónico, del que no se separa desde que era un niño.
Manuel Pazos se presenta como un vecino de Merexo de los que no emigraron. «O máis lonxe que fun foi a Madrid na mili», dice. Pero kilómetros lleva bastantes a sus espaldas, al menos en Galicia. En buena parte de la geografía gallega conocen el sonido festeiro y amable de su acordeón.
Cuenta que ese instrumento para él no fue una elección. «O acordeón veu a min», relata. Sucedió cuando era un niño pequeño. Entonces en los lugares se bailaba y la música la ponían músicos ambulantes. En Merexo él quedó prendado de los sones que salían de los acordeones del baile. «En vez de mirar para as rapazas, eu miraba para o acordeón», recuerda. Y el amor prendió para no apagarse.
El primero que tuvo le llegó de Buenos Aires. Allí estaba su padre y un sobrino suyo que tocaba el diatónico. Cuando iban a volver a Galicia su padre le pidió que llevase el acordeón con él, acordándose de Manuel. Fue aquel sobrino quien le dio unas cuantas instrucciones para hacerse con el instrumento. Pero fueron pocas, porque Manuel Pazos, como tantos músicos, aprendieron el oficio sin maestros. De oído. Nunca tomó una anotación para guiarse, nunca supo leer una partitura. Lo fió todo a la memoria y la memoria no le falló. En ella lleva su repertorio.
«O acordeón é para min un vicio como para outros o tabaco ou a taberna», dice Pazos, que a sus 84 años tiene conciertos cada poco. Uno de los últimos, en O Couto. «Alí vin tocar a outros que o facían ben. O Cego de Mazaricos, carajo como tocaba», recuerda.
En O Couto, en Cee, en A Coruña, en Santiago o en Vigo lo han escuchado tocar. Pero antes se dedicó a la música en los bailes, mucho antes de que desaparecieran. Lo hacía, recuerda, en los años 40 en el entorno de Muxía. «Pagábanme e dábanme a cea», recuerda. Su acordeón, el diatónico, explica, «quedou achicado» cuando se empezó a difundir el acordeón piano, con más registros. Pero él no cambió ni piensa hacerlo.
Recuerda con cariño un concierto de Flaco Jiménez. Al acabar, alguien le dijo al músico que él también tocaba. Y lo hizo ante el acordeonista estadounidense. No le cuesta porque le gusta. Lleva el instrumento siempre con él y allá donde toca, la vida se hace un poco más alegre.