A lo largo de los últimos años los peregrinos que llegaban a Fisterra han visto como se les iba modificando el paisaje. Hace no mucho llegaban a una playa de A Langosteira más o menos despejada. Después vieron llegar el ladrillo y el bum de la construcción. Las ofertas de pisos acompañaron sus últimos pasos en el Camiño. Ahora llegan a un municipio que tiene al fin saneamiento, pero siguen esperando, igual que los turistas de ida y vuelta, un plus que les invite a quedarse más tiempo. El plan del cabo Fisterra es una necesidad, como también desarrollar una estrategia capaz de sacar partido a los miles de turistas que cada día llegan al faro en vacaciones. Falta por organizar esa relación en la que salgan ganando los de Fisterra y se vayan más contentos los visitantes.