Existen políticos que tienen un serio problema con la libertad de expresión, una de las señas de identidad de cualquier democracia que se precie.
Y, a veces, estos singulares políticos intentan «coaccionar» la información ofrecida por los medios de comunicación social, incluso utilizando medios policiales con la disculpa de haberse cometido presuntamente alguna «irregularidad» administrativa; en otras ocasiones abroncan a determinados funcionarios por haber cumplido con sus obligaciones ciudadanas o judiciales, y, en otras, vetan a determinadas voces discrepantes para que no puedan crear opinión ciudadana.
Actitudes todas ellas que nos llevan a pensar, quizás metafóricamente, en la Santa Inquisición o en las hogueras que los dictadores y la Iglesia hacían con los libros que política o religiosamente consideraban perjudiciales para sus recónditos intereses de poder. Y la condescendencia y el silencio de sus votantes, identificados con estos procedimientos, les facilita el oxígeno suficiente como para seguir galleando?
Porque, aun hay quien creyéndose beneficiado por estas actuaciones, las aplauden, votándoles en las elecciones, y mirando para otro lado creyendo que estas formas de hacer política y comportamientos antidemocráticos nunca les podrá afectar a ellos negativamente.
Pero, lo que llueve hoy por unos, también mañana podría llover para otros y el paraguas de la indiferencia ya no servirá para no mojarse... Reflexionemos pues, sobre esta clase de dirigentes que, de la Administración local, hacen su cortijo con actitudes antidemocráticas y con una impunidad culpable ante la indiferencia y el silencio de sus seguidores.
Porque no todo vale, nada es inocente en esta vida...