Carros de fuego

«A veces oigo cosas», susurra el hijito de Nicolas Cage y al espectador avezado le viene una risa floja de delirio. El maldito efecto Sexto sentido cabalga por enésima vez, invadiendo los trillados pastos del previsible cine de ciencia ficción actual. Es una lástima, porque Alex Proyas ha engrasado muy bien su máquina narrativa. Si conseguimos obviar un execrable revoltijo religioso, desvelado en la recta final, justo después de que Nicolas Cage desempolve la Biblia, Señales del futuro lleva, con firmeza, al espectador más reticente hasta el fin de dos horas largas que se hacen cortas.

Pero lo que hay detrás es demasiado grosero. Cruzar Encuentros en la tercera fase con el Apocalipsis resulta realmente indigesto, incluso para estómagos curtidos expertos en profecías. Aquí los ángeles no portan trompetas pero sí alas ectoplásmicas, aunque a los cinéfilos viejos les van a recordar más a los no muertos de Yo caminé con un zombi ; solo que hay que cambiar la noche de los cañaverales por otra de piedras negras que levitan. También hay carros de fuego que se llevan a los elegidos de Ezequiel e hijos pródigos, y como colofón, los verdes pastos del paraíso.

Sin embargo, algunas cosas quedarán en el recuerdo: por ejemplo unos créditos magníficos, con una visión nocturna y celestial de la gran ciudad, como una nebulosa lejana, con sus caminos de luz y sus zonas de abismo. Acompañan a estas imágenes tambores a lo Bernard Herrmann. Y también brillan los rostros severos, bellos, terribles, de Rose Byrne y su hijita Lara Robinson; esta niña dará que hablar.

Proyas, un poderoso creador visual de vacío mundo personal, busca su referente en Night Shyalaman, autor este que nunca se pillaría los dedos con las puertas del dogmatismo, una plaga que es el fin de la ciencia ficción. En ese umbral se ha quedado sin manos Alex Proyas, con una película que podría haber sido capital en estos tiempos de escasez y crisis varias. Si transportara, claro está, menos credos y avemarías.