Miembro del gabinete de accesibilidad de Grumico, Mónica pelea por el sentido común: «En el mejor de los casos, las barreras te estorbarán porque llegas a mayor»
15 dic 2007 . Actualizado a las 02:00 h.De pequeña corría. «Hacía atletismo», sonríe Mónica. Hasta que a los nueve años empezó a caerse con demasiada frecuencia. Primero una muleta, después dos y, finalmente, la silla, momento en que las dificultades para moverse la obligaron a dejar su casa de siempre en el centro y trasladarse a A Gaiteira. De eso hace ocho años. «Había demasiadas escaleras», cuenta sin reproches, ni dramas ni, mucho menos, pizca de autocompasión.
Tiene 34 años, se mueve en una silla eléctrica, sólo puede subirse a 43 de los 92 buses urbanos, a 2 de los 521 taxis y a ningún autocar interurbano. El tren y el avión están ahí, pero sin posibilidad de entrar en un servicio. «No puedo ir, por ejemplo, a la playa de Sada si no me puedo gastar treinta y tantos euros en un taxi», ejemplifica. Pero no se ha encerrado, ni mucho menos. Pregunten, si no, en Tranvías -es una habitual de la línea 2 -, en la piscina de San Diego, en la playa de Oza, en Cuatro Caminos, en la UNED, en Grumico, en el Ayuntamiento. «Yo voy a mi ritmo, pero voy -explica-; me gusta la palabra diversidad funcional, porque, realmente, todos funcionamos de diferente forma».
«No hay nada que superar» dice cuando se le pregunta sobre la enfermedad, una distrofia muscular de cintura, genética y degenerativa, a la que se ha adaptado y con la que convive. Con todas sus dificultades y esfuerzos, no lo niega, pero con -al menos de puertas en la calle- educada alegría. «No es que yo haya tenido suerte, es que en la vida excepcionalmente te encuentras con gente... dificililla; las personas son humanas y solidarias», sostiene. No recuerda barreras mentales. «La verdad, no me merezco acordarme de lo malo», concluye la práctica Mónica optimista.
Por el contrario, recuerda, por ejemplo, el trato «exquisito» de las monjas en la Compañía de María, donde el tiempo de recreo se le pasaba tratando de bajar al patio. «Claro que pasabas por la cocina y, si ese día había Filipinos...». Porque vive así, siempre encontrando la cara. «Tengo un punto de rebeldía», confiesa, de modo que, sin negar los días duros, las dificultades para trabajar, las dudas, las pruebas de resistencia... sale a flote. «La mente siempre va más allá y te da ideas para suplir lo que no te deja el cuerpo», reflexiona. No por ello se calla, ni mucho menos. Al contrario. «La ciudad ha cambiado mucho y es una de las mejores en cuanto a accesibilidad, hay que agradecérselo, sobre todo, a los técnicos del Ayuntamiento, pero todavía quedan cosas».
Ella, que después de dejar maquetismo, hacer administrativo y trabajar en la Citroën volvió a la Universidad para hacer (a distancia) lo que en su día le impidieron las escaleras, la carrera de Psicología, dice que, sobre todo, tiene empeño. Y un «pilar fundamentalmente en mi vida, mi madre, Lola, María Dolores».
No se olvida por todo eso de las asignaturas aún pendientes: «Los comercios y la hostelería», dice sin dudarlo. Sabe lo que es comprar ropa desde el umbral de la puerta y, para ella, «la gran mayoría de los bares es como si no tuvieran baños». Ha tenido que llamar a la puerta de María Pita para pedirle al policía que le dejase pasar. «Era el único adaptado en toda la zona», se explica.
Tener que planificar las salidas es otro de los inconvenientes. Pero no sólo para ella estaría bien la accesibilidad. «No es solidaridad, es justicia -recalca- y es un seguro de vida: en el mejor de los casos, la necesitarás porque llegas a mayor».
No puede, por ejemplo, ver las estrellas en el Planetario o subir a la Atalaya en Méndez Núñez y viajar «me sale muy caro». Pero puede, y lo hace, pintar, jugar con sus sobrinos... y asesorar a comerciantes, presidentes de comunidad y a quien lo solicite sobre lo nada practicables que son los quince centímetros de escalón que permite la ley. Y está convencida de que «llegará un día en que los niños leerán que tiempo atrás se peleaba contra las barreras arquitectónicas y no entenderán cómo era posible que existiesen».