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Trabajar con la muerte en un entorno familiar

A CORUÑA CIUDAD

La funeraria Mariano es una de las empresas más antiguas de Betanzos

13 sep 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Para la Funeraria Mariano, la muerte no es un negocio sino un medio de vida. Alguien tiene que hacerlo y esta familia afincada en Betanzos hereda estos delicados quehaceres en la comarca desde la segunda mitad del siglo XIX. Algo han hecho bien en todas esas décadas porque son los únicos que han sobrevivido de una época en que llegaron a competir hasta trece funerarias en la zona.

Conviven como pueden con la tristeza que genera un oficio como el suyo. «Ya hemos hecho mucho callo, pero es imposible acostumbrarse a los funerales de gente joven», señala Mariano, que es el mejor aguantando bromas de sus amigos. «Cuando me ven ya me preguntan si ya voy con el metro para tomarles medidas para el ataúd», señala. Su hermana Mercedes, que se ha incorporado hace cinco años al negocio familiar, añade el hartazgo de que, fuera de la funeraria, les sigan vinculando a las noticias trágicas de Betanzos. «Si estoy tomando un café siempre hay quien se me acerca para preguntarme si ha fallecido alguien, y cuando las campanas tocan a muerto nuestro teléfono no para de sonar», explica.

Su marido, José Antonio Buyo, ha tomado las riendas del negocio. Fue de casualidad, ayudando a su suegro Luis en una ocasión en que faltaban manos para el trabajo. Su implicación en el mundo del óbito también le ha granjeado algunas anécdotas desagradables. Una noche fue a buscar a una de sus hijas a la rondalla, apareció allí a una hora en la que no se le esperaba y su sola presencia bastó para que una mujer mostrase gran nerviosismo. Pero esta familia también ha recogido detalles que se cuentan con alguna sonrisa. Así lo narra Luis, el patriarca de la sociedad Mariano que, en lugar de tanatorio prefiere emplear el término «hogar funerario». «Cuando comenzaron a aparecer los coches fúnebres, una mujer ya anciana me dijo que el día de su entierro prefería que la llevaran a hombros porque ella en los coches se mareaba -explica Luis-; le dije que no se preocupara, que ese día no iba a sentir ningún tipo de mareo».

Diferencia de clases

Luis recuerda perfectamente la época en que él mismo construía los féretros y en la que la diferencia de clases invadía los entierros. «Los había de primera, segunda y tercera, con siete curas, cinco y tres respectivamente», recuerda. «Y no necesariamente el rico del pueblo arrastraba más gente en el sepelio, muchas veces eran los menos pudientes los que tenían una mayor afluencia en los entierros». De hecho, entre los más multitudinarios que recuerdan es el de un joven de 18 años en una aldea de Irixoa. «Cuando aún no había salido el féretro de la casa, las coronas ya habían llegado a la iglesia», apunta Luis, que también montó un negocio de muebles «porque este oficio te deja mucho tiempo libre».

Padre e hijos reconocen que la funeraria es un hervidero de secretos, trifulcas familiares, noticias inconfesables. «Pero aquí oír, ver y callar», espeta Mariano.

«Algunos vecinos nos preguntan muchas veces aspectos morbosos que, por supuesto, nos negamos a facilitar, nos limitamos a responderles: '¿te gustaría que rebelase datos tuyos?'», comenta.

La profesionalidad de la empresa llega a límites insospechados. Lo ilustra un triste ejemplo que narra Mercedes: «Mi marido trajo el cadáver de su padre y en lugar de velarlo tuvo que volverse al Hospital de A Coruña para recoger otro cuerpo, no nos podemos negar a hacer el trabajo que nos reclaman», explica.