El morir en combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como parece. Lo más horrible es vivir siendo un cobarde. Así de entusiasta era José Millán Astray, el fundador de la Legión, en el decálogo que fijó a sus subordinados. Este militar coruñés se convirtió en una de las figuras más fascinantes, y discutidas, del Ejército español en este siglo. Su grito «¡A mí la Legión!» todavía sigue sonando en el norte de Marruecos.
José Millán Astray Terreros nació en A Coruña el 5 de julio de 1879, hijo de un oficial de prisiones que llegaría a ser director de la cárcel de Madrid. Aunque su padre quiso que estudiase para abogado, como él, se decidió por la carrera militar, ingresando, en septiembre de 1896, en la Escuela de Estado Mayor. Tras participar en la campaña de Filipinas, volvió a España en julio de 1897. En 1905 ascendió a capitán, en 1914 a comandante y en 1920 a teniente coronel. Antes había conocido a Franco en un curso de tiro en Valdemoro.
Fue en 1920 cuando se le encargó la creación del Tercio de Extranjeros, o Legión, teniendo a Franco como segundo jefe. Intervino en numerosas acciones de guerra, recibiendo la medalla militar individual y sufriendo diversas mutilaciones que lo dejaron tuerto, manco y con una hendidura en la cara, siendo calificado como caballero mutilado permanente. Posteriormente, sería sustituido en el mando de la Legión por el teniente coronel Joaquín Valenzuela, y luego por el propio Francisco Franco.
Millán Astray ascendió a coronel por méritos de guerra y luego a general de brigada, aunque la llegada de la Segunda República, con la anulación de tales ascensos, le devolvería a su antiguo grado, siendo de nuevo ascendido por el gobierno Lerroux. Cuando estalló la Guerra Civil, en julio de 1936, Millán estaba en el extranjero, pero se puso al lado de Franco, que le destinó a diversas misiones de propaganda, siendo famosas sus arengas en las ciudades de la retaguardia nacional y las que iban siendo conquistadas. La primera de sus giras patrióticas la efectuará en Galicia, en agosto de 1936. Sonado fue su encontronazo con Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, con motivo de la celebración del Día de la Hispanidad de 1936, y que originaría el cese del intelectual vasco. Al grito de Millán de «¡Viva la muerte, muera la inteligencia!», contestó Unamuno con el de «Venceréis, pero no convenceréis».
Después de la guerra fue nombrado director general del Cuerpo de Mutilados. A finales de los años 40 tuvo serias diferencias con Franco y quiso pedir la baja en el Ejército, pero el secretario del dictador, Franco Salgado, le disuadió de ello. Cuando se retiró, por tener la medalla militar individual, fue ascendido a general de división. También era coronel honorario de la Legión.
A principios de los años 40 entabló relaciones con Rita Gasset, hija de Rafael Gasset, ex ministro de Fomento con Alfonso XIII y primo hermano del filósofo José Ortega y Gasset. Tras abandonar a su mujer, dejó embarazada a Rita y se marchó a Portugal, en donde nacería su hija, Peregrina. De vuelta a España, participó en diversos actos sociales y patrióticos. Bastante olvidado, falleció en Madrid el 2 de enero de 1954, y fue enterrado en la Almudena.