«Denuncié el abandono del barrio y me ofrecí a trabajar en su recuperación»
A CORUÑA
José Antonio Corrales intentó cambiar el destino urbanístico del Barrio de las Flores. Una visita en 2001 a la ciudad le sirvió para constatar la progresiva destrucción del proyecto arquitectónico original, que había sido construido a mediados de los sesenta. En una entrevista escrita por el también arquitecto Miguel Toba -que participó en el fallido intento de rehabilitación del 2004 junto a Carlos Muñoz Fontenla- en un libro de referencia sobre la obra coruñesa, el genio madrileño denunciaba el escaso interés que suscitaron sus protestas en Galicia. «En 2001 estuve en A Coruña y aproveché la ocasión para ver la Unidad Vecinal. Pude así constatar su estado real de abandono y el sentido utilitario de las restauraciones que se han hecho en los diferentes bloques», explicaba un arquitecto que contemplaba como la reparación de los equipamientos de las zonas comunes del barrio se realizaba sin ningún tipo de criterio estético o funcional. «En ningún momento han emprendido una restauración desde el punto de vista arquitectónico. Me indigné porque no sólo han puesto pavimentos de ínfima calidad en las galerías, sino que no han pintado los hierros, es decir, que están oxidadas y totalmente deterioradas. ¡Por no hablar del centro parroquial!», se quejaba.
Corrales inició a partir de ese momento una batalla por conseguir un mínimo respeto para una obra que ha sido estudiada en todo el mundo como ejemplo de barrio de viviendas ideal. «Lo cierto es que me fui muy disgustado de aquella visita. Acto seguido, remití una carta abierta a seis personalidades gallegas; al presidente del Colegio [de Arquitectos], al alcalde, al titular de Patrimonio de la Xunta... En las cartas denunciaba el abandono en que estaba todo y me ofrecía a trabajar en su recuperación. Ya que era un monumento al racionalismo, necesitaba una restauración arquitectónica a fondo. De esas seis cartas no me contestaron más que dos de sus destinatarios... No voy a decir nombres, pero eso sí: me di cuenta que el posible interés por la Unidad Vecinal era nulo, pero no solamente en el caso de los políticos, sino también de los arquitectos», señalaba.
En 2004, el Instituto Galego de Vivenda e Solo apoyaba un proyecto de restauración de urgencia -había problemas graves como el penoso estado de los tejados-, en el que también participaban Toba y Fontenla, pero que finalmente no llegó a realizarse ante las disensiones de una parte de los vecinos.
Actualmente, el calamitoso estado de las zonas comunes y algunas de las viviendas convive con el lujo de los unifamiliares que han sido restaurados, y que pueden superar los 700.000 euros de precio de venta.
Corrales también se lamentaba de la falta de una norma que obligase a los vecinos a respetar elementos como las fachadas, en las que las diferencias son palpables de edificio a edificio. El arquitecto se refería por ejemplo a los cambios de las ventanas Pearson, que presentaban un diseño muy limpio ya que prácticamente solo eran un cristal que se deslizaba sobre unos raíles metálicos. «En las restauraciones que se han hecho lo mínimo es que hubiesen pintado el hierro para evitar que se oxidase. Una de dos, o no tenían dinero o no han querido, y las intervenciones que se han hecho son francamente vergonzosas. Y, según decía, cada vecino ha cambiado su carpintería como ha querido», explicaba un Corrales que después del fallido intento de restauración de la Unidad Vecinal nº 3 en el 2004 juró no volver a pisar su genial obra. Tal era la decepción que había sufrido.