El adiós discreto del buen gregario

DEPORTES

08 feb 2008 . Actualizado a las 02:39 h.

Marcos Serrano aparca la bicicleta. El gallego (Chapela, 1972) confirmó ayer su retirada en un comunicado difundido por la Federación Gallega de Ciclismo. Su adiós ha sido discreto, desnudo, sin fanfarrias. Como él quería. «En mi círculo cercano había gente que pensaba que iba a seguir corriendo. Así queda todo aclarado de forma oficial. No he buscado seguir. Ya no soy ciclista y punto. Quiero intentar ser Marcos Serrano persona, no un ex corredor», asegura.

Serrano deja atrás toda una vida. Se ha dedicado al ciclismo profesional en las últimas quince temporadas. «En este deporte, he salido ganando durante catorce años. Y he perdido en el último. El saldo es bueno», dice. Y tanto. En su palmarés, dos triunfos grandes. La victoria en la Milán-Turín en el 2004 y el triunfo en Mende en el Tour del 2005. Sin embargo, de entre sus cientos de días de competición, sus miles de momentos sobre la bici, elige aquella tarde del 2003 en la que tiró de Isidro Nozal en Sierra Nevada para que el cántabro no perdiera el liderato de la Vuelta. «La cabeza no podía más, pero tuve que forzar, ir un poco más allá. Fue uno de los días en los que recibí más felicitaciones de mis compañeros, incluido Óscar Pereiro», cuenta.

De los malos recuerdos, destaca la caída que sufrió en la Vuelta en el 2001. Y la oportunidad perdida en el Mont Ventoux. «Iba sexto en la general. Quise dar más de lo que podía y exploté. Pudo más el corazón que la cabeza. Tengo una espinita clavada. Si hubiera regulado...», señala.

Habla con cariño de aquel Liberty en el que «uno se sentía bien tratado y solo pensaba en ser ciclista». Se ríe al repasar sus triunfos en la crono por equipos. «Dos de la Volta a Catalunya, dos en la Vuelta a España y otros dos en el Tour. ¡No está mal para ser escalador! Yo gané tres etapas de la ronda francesa. ¡Es más, es que los tres trofeos son iguales!», apunta.

Echa la vista atrás y recuerda a un Roberto Heras que ya brillaba cuando se pasó a profesional, y a Jalabert, «un ganador nato cuyo carácter difícil le empujaba al triunfo». Reconoce que cuando aterrizó Pereiro se dijo: «¡Coño, aquí hay algo!». Porque era el único que le aguantaba en los entrenamientos. «A veces, hasta me pasaba por encima», confiesa. Alaba a corredores como Vidal, del que habla con afecto, y José Rodríguez, grandes gregarios. Pero añade con romanticismo ciclista que la mayor admiración es para los que se quedaron en el camino, «los que lo intentaron en este deporte con toda su ilusión y no lo consiguieron». Y lamenta que haya ciclistas «que cobren cuatro duros por correr debido a la operación Puerto», el caso con el que relacionaron su nombre, aunque nunca dio positivo, y que precipitó su despedida.

Al evaluar a los directores que ha conocido en su dilatada carrera, es tajante: «El mejor que tuve es el Álvaro Pino de antes. El peor, el Álvaro Pino de ahora».

El amargo adiós del Karpin queda atrás. «El día que se confirmó mi marcha, sentí tristeza. Pero fue un momento», indica. «La verdad es que me ficharon porque no pudieron contratar a David Blanco. Sentí que estorbaba desde el principio», explica. Lamenta no haber encontrado hueco para seguir de algún modo en el equipo, aunque sí le ofrecieran realizar la promoción del ciclismo en las escuelas. Le duele que la experiencia ciclista, la suya y la de otros, no se aproveche. Pero ve al Karpin como soporte publicitario y defiende el proyecto. «Es el primer apoyo público que recibimos los ciclistas, equipos de otros deportes juegan gratis en pabellones carísimos...», señala.

Ahora intentará acabar Magisterio. «Estoy practicando. Ayudo a mi hija a hacer los deberes. Me gusta, a ver si tengo paciencia», dice. Pero sale en bici y procura encontrarse con la grupeta de siempre. «Lo peor es que subirme a la bicicleta me sigue trayendo recuerdos», confiesa. Porque lleva muchos años de ciclismo a sus espaldas.