David García Dapena (Marín, 1977) está en plena reconversión. Es un antiguo lanzador lanzado hacia el amarillo. No hace mucho tiempo ejercía de punta de lanza en los esprints de Cándido Barbosa en el L. A. Liberty. En Portugal, claro. Porque García Dapena también ha vivido esa historia tan repetida en el pelotón gallego. Se fue al país vecino en el 99, al Pecol, en busca del profesionalismo. En el Karpin Galicia, ha tenido su oportunidad. Y se ha agarrado a ella desde el principio. Su progresión es innegable. «He perdido punta de velocidad. Si llego en un grupo de cinco corredores a meta, lo noto, pero he mejorado en la montaña», reconoce el ciclista. Hasta ha llegado a cogerle gusto a las rampas. «Nunca me había sucedido lo que me ha pasado en Turquía, eso de estar deseando que la carretera picara hacia arriba para que los demás sufrieran», explica.
Otras rondas
El gallego sabe bien lo que es perder el liderato en la última jornada. Le sucedió en tres ocasiones en su etapa portuguesa. Perdió dos carreras por segundos y una por el puestómetro . En el 2006, tras la etapa que cerraba la Volta às Terras de Santa María, David García estaba esperando en el podio para enfundarse el maillot amarillo. Creía que había ganado la general. Pero la megafonía escupió un nombre que no era el suyo. Una bonificación traicionera le dio la victoria a Tiago Machado.
Siempre se ha mostrado orgulloso de su etapa lusa, que duró hasta el 2006. Cuando regresó al pelotón español e intentaba hablar gallego, se le escapaba el portugués. Ahora ya no.
«Eléctrico perdido»
En el Karpin se ha reencontrado con viejos amigos. Su compañero de habitación suele ser Ezequiel Mosquera, con el que coincidió en el Aguas de Mondariz y en el Catanhede portugués en el 2003. «Es mi pareja de hecho», dice David García del teense entre risas. «Es eléctrico perdido. Él es un fuguillas y yo un tranquilón. Yo prefiero levantarme más tarde y él ya se despierta a las siete de la mañana. Los polos se atraen...», bromea Mosquera. Recuerda también que Jon Bru, del Euskaltel, llamaba a David «el vamos». «Porque siempre está: "¡Vamos! ¡Vamos!"».
El ganador de la Vuelta a Turquía se ha ganado fama de hiperactivo. También presume de ordenado. Y reconoce que le pierden las compras. Los vendedores del barrio chino de Kuala Lumpur pueden dar buena fe de ello. García regresó del Tour de Malasia con las maletas cargadas de regalos.
En la Vuelta a España, se convirtió en uno de los escuderos fieles de Mosquera. Se vació en Los Lagos para que su compañero diera el golpe en la general. Ese día, Gustavo César Veloso, el mismo que ha defendido su liderato en territorio turco, le ayudó a superar una pájara de proporciones casi bíblicas. «Me descolgué en Cangas de Onís. Yo no podía ni mondar un plátano para comer, tuvo que hacerlo Gustavo, que también ejerció de psicólogo», reconocía. Después, buscó el triunfo en una fuga. Y en la última crono llegó roto. «Creí que me tenía que retirar en el penúltimo día», decía. Pero acabó entre los 25 mejores.
Sinceridad de ciclista
David García nunca ha ocultado las propias miserias vividas en el seno del pelotón, esas que le confieren épica al ciclismo. Será porque se cayó en su primera carrera, en Porriño, a los catorce años.
Tiene como asignaturas pendientes en su agenda sacarse el título de director técnico y el carnet para conducir un camión. Cuando se baje de la bici, quiere seguirle la pista a eso del ciclismo. Pero eso será más adelante. Porque, como dice Mosquera, «David ahora es un vueltómano ».