Debutó con el Málaga en la máxima categoría en el 2005, pero en el Sporting se ha convertido en una de las sensaciones de la Liga, en la que ya ha marcado cuatro goles
23 nov 2008 . Actualizado a las 02:24 h.Algunas de las mejores pinceladas de talento de la temporada llevan su firma. El popular YouTube está plagado de sus gestos técnicos y sus goles. Diego Castro (Pontevedra, 1982) es uno de los últimos futbolistas gallegos en desembarcar en Primera, pero después de once partidos (disputó dos con el Málaga en la Liga 2005-06) parece que lleva toda una vida.
«Todo lo que hace ahora se lo vi hacer con nosotros», dice Jaime Berros, su entrenador en los juveniles de La Seca y el técnico que trató de pulir la tendencia a la dispersión táctica de un jugador «diferente, por lo que hacía y por su determinación. Nunca se arrugaba». Allí había llegado Diego, Dieguito, el hijo de Fernando Castro Santos, desde la Agrupación Xuvenil Lérez, donde se había forjado su talento durante una década. «Pese a que físicamente no era un portento, no se dejaba intimidar y cogía las cosas muy rápido», asegura Mele, el alma máter de la agrupación: «Tenía más talento y regate que otros».
Alcanzar la élite y consolidarse como una de las revelaciones de la temporada no le ha hecho olvidar a Diego Castro sus orígenes. «Claro que me acuerdo de Mele y de Jaime Berros, de La Seca y de los amigos de siempre. También de Raúl González, en el Pontevedra». Lo dice el jugador de banda izquierda que tiene un guante en el pie derecho, el centrocampista ofensivo, el delantero que disfruta por todo el frente del ataque. «El mismo chico listo y pillo», según Mele, que se lució en los campos gallegos durante lustros, hasta que varió el rumbo de su carrera y emigró al filial del Málaga. «Me costó mucho irme, pero para mí era lo mejor».
¿Y por qué no en el fútbol gallego? «Aquí se pierden muchos jugadores, no se les atiende ni se les da las oportunidades que a otros», sostiene Berros.
Lejos de su entorno, en Málaga, debutó en Primera, frente al Osasuna. Después, un segundo partido con una camiseta de Zidane como recuerdo para uno de sus amigos. Con el primer equipo del Pontevedra, en Segunda B, se estrenó en el 2001, con apenas 19 años, y bajo la batuta de Raúl González. El asturiano, actualmente al frente del Oviedo, aparca la intensa rivalidad con los vecinos de Gijón para elogiar a «un guaje distinto, un jugador de la calle, un tipo de futbolista que desgraciadamente se está perdiendo».
La última jornada, Diego Castro le hizo una faena al central internacional Albiol. «Me tapó bien, pero quizá no esperaba que pudiera irme por la derecha». Un control orientado con la cabeza, un remate sin dejar que el balón cayera al suelo y el gol de la jornada. «Estuvo bien, pero el mejor que he marcado se lo hice al Cádiz y también estuvo bien el que marqué al filial del Madrid. Están en YouTube. ¿Los has visto?». Sí. En el primero limpia las telarañas de la cruceta del Cádiz, aunque antes se deshace de dos defensas, con un caño incluido. Pura pillería y talento. En el segundo, destroza en dos ocasiones y en un palmo de terreno la cintura de un central del Castilla. Pura habilidad. Muy buenos, pero el sábado con la televisión en directo, fue en Primera, frente a Albiol y el Valencia, en Mestalla.
Diego ha superado ese prejuicio que reclama más físico al talento. «En aquella época -dice Mele- solo Amador [ojeador del Barcelona] preguntó por por él, pero creía que le faltaba físico». «Afortunadamente, ese debate ya está ganado. Basta con citar a Messi, Xavi, Iniesta, Agüero....», zanja Castro
La confianza de Manolo Preciado, «una ciudad muy parecida a las gallegas y la afición» fueron los factores fundamentales para que rechazara las ofertas que recibió el pasado verano y aceptara un contrato de tres años con el Sporting. «Yo lo tenía claro. Tengo que pensar en mi futuro, pero también dije que si el Sporting hacía un esfuerzo me quedaría aquí». Y se quedó. «No quería perderme esta etapa después del ascenso», apunta con un acento claramente influido por más de dos años en Asturias. «Oye, de eso nada. No pongas eso», dice remarcado su inequívoco origen gallego.