Tal vez haya llegado la hora de mirar hacia la Administración. Los escándalos de Calderón al frente del Real Madrid han sido la gota que ha colmado un vaso rebosante de putrefacción, con los políticos, jueces, fiscales y autoridades varias actuando como vergonzantes espectadores. La orgía de irregularidades, ilegalidades, inmoralidades y despilfarros que se vive en el fútbol es más propia de repúblicas bananeras que de una sociedad sustentada en sólidos valores.
El fútbol ha sido convertido en un rehén de dirigentes de todo tipo que se mueven con descaro, no ya en la frontera de la legalidad, sino en ocasiones claramente fuera de ella. La mezcla explosiva que suponen pasión, dinero y permisividad explican la impunidad con la que se actúa tras el paraguas del balón.
Un pequeño repaso por todo lo que acontece alrededor del fútbol pone los pelos de punta. Madrid al margen, tenemos el escándalo del amaño de partidos. Los casos Málaga-Tenerife y Athletic-Levante están ahora en la Fiscalía. Pero hasta que trascendieron las grabaciones, la sombra de la sospecha ya planeaba sobre estos partidos y alguno más. Nadie movió un dedo, ni la Federación, ni la Liga de Fútbol Profesional, ni el Consejo Superior de Deportes (CSD) ni ningún departamento policial.
Otro asunto es el gasto. La deuda supera el medio billón de las antiguas pesetas, siendo un débito generado al margen de la crisis financiera planetaria. ¿Cómo es posible llegar a semejante agujero si existen mecanismos de control financiero de las sociedades anónimas? Es evidente que por dejación de funciones de la Liga y del CSD. Las normas existen, pero los que las aplican han dimitido de sus obligaciones fiscalizadoras y sancionadoras.
Buena parte de la deuda global es con la Agencia Tributaria. ¿Es posible deber al fisco más de diez mil millones de pesetas sin la anuencia de los responsables de Hacienda? Doble fraude (si no legal, sí moral) el que aquí se comete. Por un lado, el club que no paga. Por otro (y este es peor), las autoridades que se lo permiten agraviando al resto de la ciudadanía.
Tampoco hay que salir de Galicia para encontrar la impunidad con la que se mueven algunos dirigentes. El informe concursal del Celta fue demoledor con el anterior presidente, Horacio Gómez. En él se le apunta como responsable de un continuado maquillaje contable con el fin de ocultar la verdadera situación del club. El informe habla de la adulteración de los balances e incluso de la desaparición de 250 millones de pesetas de la caja celeste. De momento, no consta que haya pasado nada.
En A Coruña, Lendoiro se ha caracterizado por incumplir reiteradamente con diferentes obligaciones de las sociedades anónimas. Los expertos hablan de falsificación de los balances y así fue acusado directamente por los accionistas. El presidente del Deportivo se ha movido con comodidad en la frontera de lo moral y lo legal sabedor de que fiscales y jueces huyen despavoridos ante la palabra fútbol. Temen un mundo que tal vez desconocen, pero cuyo libreto no debe ser otro que el de la ley, una ley que faculta a fiscales y jueces para actuar de oficio cuando observen indicios de delito, pero cuya redacción literal permite un cobarde escaqueo.
La era Calderón en el Real Madrid debería servir de aviso a las autoridades. Solo la presión de la verdad ha acabado con su presidencia. Pero durante dos años y medio gobernó el Madrid de escándalo en escándalo sin la más mínima intervención, cuando menos, del CSD de Jaime Lissavetzky.
Va siendo hora de cada cual cumpla con sus obligaciones. Si el Estado consiente que el fútbol navegue en la alegalidad será cómplice del secuestro de un deporte apasionante y bello, convertido deplorablemente en la tapadera de dirigentes movidos por intereses espurios.