Rodolfo jugó en el Betis dos temporadas, una en Primera y otra en Segunda (1990-1992), mientras que Otero estuvo cuatro campañas (1997-2001). Ambos vivieron etapas convulsas de la entidad con la llegada de Manuel Ruiz de Lopera al club. Sus recuerdos verdiblancos coinciden en muchas apreciaciones.
«Desde fuera parece un equipo apetecible pero cuando estás dentro los del norte no lo entendemos mucho. Su mentalidad es muy diferente a la nuestra. La presión es muy fuerte. Un domingo te sacan a hombros y al siguiente te quieren matar. Para ellos el Betis es una religión. Les da igual jugar contra el Real Madrid que el Alcoyano, allí van al campo a ver a su Betis», comenta Rodolfo.
Otero en cuatro años vivió un ascenso y un descenso por lo que admite que «mis recuerdos del Betis son con luces y sombras. Llegué allí con Luis Aragonés del Valencia. Al principio bien, pero después los que llegamos con Luis pagamos los platos rotos de que la cosa no fuera igual de bien». El ex lateral diestro se fija en la importancia de la figura de Lopera. «Allí era todo don Manué. No se daba un paso sin que lo supiese Lopera. Él ordenaba y mandaba todo. En un club de ese nivel no encaja, aunque era una persona sin una mala palabra para los jugadores»
Rodolfo lamenta que su fútbol no encajase en estas tierras ya que «allí lo que hacía en el Atlético de Madrid o el Celta no les valía. No llegaba con centrar. Había que hacer tres cambios, dos recortes y un caño, antes de centrar». Otero interrumpe a su ex compañero para apuntar. «Eso pasaba con Denilson. Hacía ocho bicicletas pero hacia el córner, para el equipo cero, pero a la gente le encantaba la filigrana. Es muy difícil que la gente allí reconozca tu trabajo».
El ourensano apunta anécdotas curiosas como la de la fogosidad de sus aficionados cuando acuden al Benito Villamarín «Allí he visto caer a un campo de fútbol cosas inimaginables. Un día a Vinyals (ex del Barcelona y del Oviedo) le tiraron unos cuernos de toro. Duró un año y se fue. Psicológicamente en ese club hay que ser muy fuerte dentro y fuera del campo. He visto familias que no se hablaban con el derbi. Ibas por la calle y un policía de tráfico se olvidaba de su trabajo para meterse contigo si era del Sevilla. Allí dos horas antes la gente está esperándote antes de entrar».
A Otero le tocó venir a Balaídos después de que naciese la animadversión celeste hacia el Betis por aquella semifinal de Copa en la que Bjeliça no devolvió un balón que el Celta había lanzado fuera para atender a un lesionado. «Los célticos siguen teniendo presente aquello porque fue una canallada. No hubo juego limpio. El Betis pasó de ser un equipo simpático a todo lo contrario. Recuerdo que nos chillaban en todos los sitios a los que íbamos», rememora el nigranés.