decenas de pescadores se afanan por capturar algún salmón en los ríos gallegos, aventura que reclama tanta pericia con la caña como con el relato
15 may 2011 . Actualizado a las 06:00 h.Antes aún de que la noche se consuma en el incendio del día, los pescadores ocupan las posturas más codiciadas de las riberas de los cotos salmoneros. Augures del alba, escrutan los brillos fugaces del agua y la interrogan mientras aguardan que la luz los auxilie en la diagnosis. Si los esquimales identifican hasta treinta tonos del color blanco -y todavía más: han llegado al prodigio de nombrarlos-, ¿cuántos innominados matices de transparencia acuosa habrán registrado los más avezados pescadores de salmones?, ¿cuántas combinaciones con la luminosidad del día, con la brisa, con la temperatura, con la bruma que vaga perezosa sobre los restaños del río, con las fases lunares, con las variaciones del caudal, con la actividad de los peces...? Porque cada jornada es diferente y se fija en la memoria de modo singular, con sus circunstancias atenuantes si no eximentes: para fundamentar la irremediable reincidencia.
el veneno de la afición
La llamada telúrica se inserta en los genes a despecho de la aritmética. La tentación ancestral despierta jovial cada temporada, limpia de pasado, inmaculada, con el contador a cero. Poco importa cual sea el tributo estadístico, medido en horas de pescador a pie de río o en número de temporadas por licencia que exija cada salmón por su captura. Antes al contrario, esa ratio es, precisamente, el principio activo del veneno que inocula la afición.
Guarda la pesca de salmón similitudes con otras modalidades, pero encierra un universo que la distingue y distancia de la sosegada placidez de la trucha y de la electrizante brevedad de las sesiones del caprichoso reo. Perseguir en su viaje nupcial a los más grandes animales que pueblan las aguas de media docena de ríos gallegos seduce a una minoría con los nervios bien templados. No pocos de ellos se las vieron en ocasiones con un pez con ímpetu bastante para arrancarles la caña de las manos, en una pugna de resultado incierto. La adrenalina engancha: también a los que esperan su ocasión para contarlo. Como un romance con Ava Gardner: tanto montan la pieza cobrada como el relato de la aventura. Ahora, inevitablemente ya, con soporte digital.
un gran simbolismo
Y en tanto haya pescadores emboscados entre alisos y sauces en las orillas o ascendiendo cautelosos por los lechos, a los ríos no les faltarán voces que se alcen para salvaguardar su salud. Tal vez no sea paradoja que uno de los textos legales de mayor entidad en la defensa de la red hídrica tenga que ver con la pesca fluvial. Acaso tampoco sea gratuito el simbolismo que ello encierra. Hay, por fortuna, más ciudadanos empeñados en esta tarea, pero, pese a tantos descalabros y atropellos que se suceden con insultante impunidad, los pescadores deportivos figuran en vanguardia de la defensa de ese frágil patrimonio natural. Muchos de ellos, viendo cómo se desvanecen las tinieblas aventadas por el soplo luminoso del día, en las frescas madrugadas de mayo, y con el anhelo de que, esta vez sí, el rey del río les suba las pulsaciones.