El país no ha asumido que el crac financiero e inmobiliarioha acabado con su modelo
14 nov 2010 . Actualizado a las 02:00 h.«Galicia, érguete e anda?/?como en Irlanda?/?como en Irlanda». Buena parte del regionalismo gallego siempre se ha mirado en el espejo irlandés para modificar los versos del «¡Érguete labrego!» de Alfredo Brañas, a pesar de que su autor llevaba casi veinte años muerto cuando aquel país se hizo independiente. Pero el poema suena a chiste si se analiza el asunto con una perspectiva estrictamente económica. Nadie puede tener a Irlanda como modelo sin arriesgarse a ser acusado de hacer un ejercicio de estúpida irresponsabilidad.
Ejemplo de impecable desarrollo económico durante los años noventa, que llevó a sus ciudadanos a disponer del mayor índice de riqueza por habitante de la UE, el país se ha ido al garete a caballo de un colosal crac inmobiliario que ha arrastrado al abismo a su sistema financiero y, de rebote, a un Estado empeñado hasta las cejas por el enorme gasto que asumió para rescatar a los bancos en quiebra.
Los irlandeses son un gravísimo problema para Europa, pero en la calle, curiosamente, ellos todavía parecen verse a sí mismos como el modelo a seguir. Las tiendas de lujo de las calles que rodean al parque de Saint Stephen's Green, en pleno centro financiero y comercial de Dublín, siguen repletas.
Café, agua y tabaco
Una cajetilla de rubio americano cuesta ocho euros en el quiosco, lo mismo que un café y un agua mineral en una terraza chic. Los irlandeses nunca han mirado a nadie por encima del hombro, es cierto, pero desde que estalló la crisis siguen actuando como si no supieran lo que se les viene encima.
«Era imposible que la burbuja no estallara, y el Gobierno lo sabía», asegura Ted O'Keffee, un profesor de la Escuela de Negocios del Instituto Tecnológico Universitario de Waterford, a 160 kilómetros al sur de Dublín. La burbuja de la que habla se infló gracias a la enorme inversión de dinero de las compañías estadounidenses de la informática y las nuevas tecnologías, que empezaban en esa época a globalizar sus actividades y que escogieron Irlanda para instalar sus plataformas europeas.
Su situación como puerta atlántica de Europa, el hecho de que la población hablara inglés y, sobre todo, las ventajas fiscales decretadas por un Gobierno que durante casi treinta años seguidos ha estado ininterrumpidamente en manos de los liberales, hicieron de Irlanda el paraíso de las multinacionales emergentes.
«Aquí hay un dicho que asegura que ningún hombre lo es de verdad hasta que tiene una casa», explica O'Keffee. Y esa fiebre inmobiliaria, alimentada por la entrada de dinero barato, se apoderó de repente de un país cuyos habitantes se pasaron casi todo el siglo XIX acostumbrándose a emigrar para escapar de la misera. No es que no tuvieran para comprar una vivienda, sino que ni siquiera tenían para comer -una hambruna acabó con la vida de 2,5 millones de personas a mediados de ese siglo-.
A mediados de los noventa, en cambio, la situación había cambiado por completo. Lo que sobraba era el dinero, y, recuerden, ningún irlandés puede llamarse hombre si no tiene un título de propiedad. Entre 1992 y el 2006 el parque de viviendas creció un 150%, mientras los precios subían un 340%. Bancos que a principios de la década no eran más que pequeñas sociedades sin influencia en el sistema financiero, como el Anglo Irish, se convirtieron de la noche a la mañana en poderosísimas entidades cuyo único modelo de negocio consistía en financiar la promoción, construcción y compra de carísimas viviendas.
Parque de viviendas
La demanda de mano obra del bum económico atrajo a emigrantes de todas partes, que llenaron esos pisos que se alquilaban y vendían a precios solo comparables a los de Londres o París. Obreros polacos para la construcción, informáticos españoles para las empresas de telecomunicaciones, ingenieros británicos para la industria de las nuevas tecnologías...
Todo se fue al garete cuando el crac financiero dejó a los bancos sin recursos para seguir alimentando el circuito, cuando las promotoras quebraron y sus empleados se quedaron en la calle sin una nómina con la que hacer frente a sus hipotecas. Los primeros en sufrir el estallido del globo han sido los inmigrantes. Pero los irlandeses viven aún en una burbuja. En las calles de Dublín, de Waterford, de Cork, nadie parece consciente de que son ellos quienes necesitan ahora algo más que versos de aliento para levantarse del suelo, escupir el polvo y salir adelante.