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Eterno número dos, ¿nuevo número uno?

ELECCIONES GENERALES 2008

El político pontevedrés emprende su segundo asalto a la presidencia del Gobierno.

18 feb 2008 . Actualizado a las 23:00 h.

De casta le viene al galgo. Su abuelo participó en la elaboración del primer estatuto de autonomía para Galicia, aquel que en 1936 truncó la Guerra Civil. Y él, aunque oficialmente es registrador de la propiedad, sólo ha tenido una profesión: la política.

Mariano Rajoy es un corredor de fondo en la escena pública española. Nació en Santiago en 1955, pero se considera pontevedrés. Comenzó muy joven y de forma fulgurante su carrera pública. Con 26 años ya era diputado en el Parlamento gallego por Alianza Popular. Y con 31, vicepresidente de la Xunta de Xerardo Fernández-Albor. Tan sólo dos años separaron su cenit político en Galicia de su marcha a Madrid, víctima del desembarco de Manuel Fraga Iribarne, que produjo en 1989 una catarsis en el partido de la gaviota.

Son legendarias sus recomendaciones al hoy candidato a la presidencia: «Váyase a Madrid, cásese y aprenda gallego». Es público y notorio que cumplió las dos primeras. Y que emprendió una sobresaliente carrera política en la capital del Estado.

Dirigió la campaña que en 1996 llevó por primera vez a Aznar a la Moncloa. Y después fue ministro de casi todo hasta el 2004. En los últimos años del segundo aznarato a Rajoy le tocó ejercer de bombero del PP en asuntos tan espinosos como la crisis del Prestige o la guerra de Irak. En ambas patatas calientes tuvo que tirar de diplomacia, talante y discreción. También tuvo que tragar unos cuantos sapos. Pero su gestión de crisis le confirmó como el escudo perfecto de Aznar, que lo designó sucesor.

En la campaña del 14-M, a Rajoy, el eterno número dos, le tocó ejercer de primer espada. En esa situación inédita no tuvo éxito. Y en los últimos cuatro años la figura en la sombra del ex presidente ha pesado como una losa sobre su liderazgo. Cada intervención de Aznar, cualquier exabrupto de Acebes y Zaplana, todas las puñaladas florentinas intercambiadas por Gallardón y Esperanza Aguirre han sembrado dudas sobre la autoridad del pontevedrés sobre el partido.

Además, la legislatura que termina ha situado a Rajoy en una posición difícil. Hombre dotado para la fina ironía, respetuoso de las formas, ejemplo de gallego astuto y reservado, del que muchas veces no se sabe lo que piensa, se vio embarcado en una línea dura y tajante de oposición con la que, aparentemente, nunca ha estado cómodo.

Rajoy llega a estas elecciones con dos balas en la recámara, la supuesta lealtad incondicional del electorado del PP, que no suele faltar a su cita con las urnas; y la evidente desaceleración económica, que puede desgastar al PSOE. Pero las alforjas de su asalto a la Moncloa no van repletas. El tantas veces invocado fantasma del 11-M puede jugarle una mala pasada a la hora de conquistar el voto centrista, siempre clave en las elecciones. Los votantes juzgarán.

Si el 9-M Rajoy pierde, su derrota será definitiva. Sería la segunda. Y en su partido no faltan los candidatos a sucederle. Algunos, por si acaso, ya afilan sus cuchillos. Su destino político, a los 52 años será una incógnita. ¿Quién sabe? Quizá podría ser Galicia.

Y si gana, será una doble victoria. La evidente, sobre Zapatero. La importante, sobre aquel dedazo que lo hizo cargar con todo el legado de José María Aznar. El eterno número dos se convertiría en el perfecto número uno.