Lamento discrepar de quienes ensalzan el debate del lunes como gran pieza del género. Por parte de Rajoy, no ha sido más que una síntesis de sus clásicas críticas al Gobierno. Por parte de Zapatero, un recreo de sus conocidas comparaciones con el aznarato. En su forma, ha sido una sucesión de monólogos, rígidos, dominados por el reloj y más atentos al pasado que a los cuatro años que nos quieren gobernar. Ni una idea nueva, ni una solución a los problemas nacionales. La única disculpa es que se trataba del primer encuentro y guardaron las propuestas para el que consideran decisivo. Y lo único que celebro es el hecho mismo de que el debate se haya celebrado. Eso siempre es un triunfo de las buenas costumbres democráticas.
En tales condiciones, ¿es legítimo proclamar un ganador? Si hay que hacerlo, ha sido Rajoy: por lo menos, jugó al ataque. Le dijo a Zapatero lo que le quería decir. Entendió el combate como una forma de aglutinar a su electorado, y posiblemente lo consiguió. Es improbable que haya sumado un voto más, pero calentó a los suyos y les dio moral, porque dijo lo que querían oír de sus temas preferidos, como la inmigración, la delincuencia o las víctimas del terrorismo. Mi reproche es que su descripción de males fue la que vitorea el ala más radical de su partido. Quizá ha perdido una oportunidad para crecer por la zona de la moderación. Frente a él, Zapatero tenía un inquietante aire de don Tancredo. Una docena de veces fue acusado de mentir, que a mí me parece una ofensa y una injusticia, y solo en dos ocasiones reaccionó. Se dejó llevar por la estrategia diseñada, y parecía rehuir temas como la inmigración. Quizá le advirtieron que no debía dar imagen de estar a la defensiva, y pasó al ataque, pero al ataque a José María Aznar. Se esforzó tanto en estar serio, que parecía fúnebre. Fue un bloque de hielo frente a un torrente de aceite hirviendo. Si Rajoy no hubiera sido tan injusto en su referencia a las víctimas y tan ridículo en su mensaje final, la derrota hubiera sido clamorosa.
En estas circunstancias, que nadie piense que el debate cambió un solo voto. Ni animó a indecisos, ni aclaró a dudosos, ni movió a abstencionistas. El lunes Que viene será. O no.