Marcial y Maruja pusieron en pie su restaurante en 1975, con el tiempo se convirtió en un clásico que ahora, de la mano de sus hijos, luce renovado
13 oct 2009 . Actualizado a las 13:58 h.Quienes se asomen por primera vez al restaurante Marcial de Narón se toparán con un local de ambiente moderno y agradable y con una carta en la que lo mismo te puedes encontrar unos callos de toda la vida que un foie a la plancha con compota de manzana y salsa de pasas. «Hacemos la comida tradicional, de siempre, pero más elaborada», resume Pablo Puente Díaz, el benjamín de la familia.
Sin embargo, este templo del buen yantar de Narón no siempre fue así. De un bar para picotear se pasó a una casa de comidas tradicionales y de ahí, al restaurante de carta selecta que es hoy en día. «As cousas cambiaron moito dende que eu empecei, alá polo ano 70», cuenta Marcial Puente, el patriarca de este clan hostelero.
Tras 18 años trabajando en Megasa, este hombre sonriente y hablador decidió montar su propio negocio. Junto a Maruja, su inseparable esposa, tomó las riendas del Bar Tejeras, en la carretera de Castilla, y cinco años después, se trasladó a la calle Río Pereiro, donde en 1975 fundó el restaurante que hoy comandan sus hijos.
Un poco más tarde, en 1978, Marcial decidió ampliar su campo de acción con una pequeña pensión y en 1980 se embarcó en una nueva reforma ampliando el comedor del restaurante. «Eu sempre mirei moito polo negocio, por melloralo, e por iso cada dous por tres andaba metido en obras», explica el padre echando la vista atrás.
Con la ampliación del local, las cosas empezaron a ir mejor. De las tapas y las raciones se pasó a las comidas a la carta, y Maruja, agazapada en su cocina, empezó a cosechar el éxito con sus dos platos estrella: el cordero y los callos. Sin embargo, y pese a que el restaurante ya contaba con una legión de fieles importantes, nunca dejó de evolucionar: en 1995 la pensión se transformó en hostal, en el 2006 pasó a convertirse en hotel, y solo dos años más tarde, en el 2008, el restaurante reabrió sus puertas completamente renovado tras casi nueve meses en obras.
En su carta, hoy en día, se pueden encontrar platos tan refinados como una merluza con salsa de berberechos o un bacalao con muselina de ajos, pero Manel -el hermano que se ha puesto al frente de los fogones- no se olvida de los orígenes. «De mi madre aprendí la base y sin ella no podría cocinar como cocino hoy en día». Maruja no escucha los halagos que le dedican sus hijos, pero eso no importa. Porque la admiración está ahí. En cada gesto. Y por eso, en la carta, al cordero no se le llama cordero sin más, sino Asado de Maruja.
Pero los piropos no son solo para los padres. Ellos, Marcial y su esposa, también tienen buenas palabras para sus hijos. «Eu estou moi orgulloso deles, porque sempre nos axudaron moito», apunta el padre con una sonrisa. Y en ese preciso momento, nada más decirlo, Marcial tiene un recuerdo especial para María José, su hija mayor, que ahora ya no trabaja con ellos, pero que durante años estuvo arrimando el hombro como el que más.
Atrás quedaron los tiempos en que el matrimonio tenía que trabajar 14 o 16 horas al día y 363 días al año -«todos menos o 31 de agosto e o 1 de setembro», recuerda el padre-, pero el negocio de los Puentes Díaz sigue requiriendo muchos bríos. Y Pablo, Manel y Mercedes saben como lograrlos. Les basta con mirar a Marcial y Maruja. «Ellos son el ejemplo», dice Pablo.