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«Nunca olvido la clase a la que pertenezco y que soy un trabajador»

Francisco Varela

FERROL

El ex secretario general del PCG recupera anécdotas de su vida clandestina para sus memorias, como cuando en 1961 hizo pasquines contra Franco a bordo del «Canarias»

31 oct 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Como los viejos legionarios romanos, Rafael Pillado se sabe «referencia» (prefiere esta acepción a símbolo) de todo el antifranquismo ferrolano y por eso cuida hasta dónde toma café. Es el último gladiador de aquel trío Pillado-Amor y Riobó, símbolos (ahora lo defino yo) de la lucha de los obreros de Bazán. Da gusto hablar con él ahora porque lleva meses preparando su libro de memorias, que puede ser continuación de las de su padre: tiene los datos en la punta de la lengua. Fechas, hechos y recuerdos refrescados, a veces, por su mujer. Recuerda hasta el nombre falso que figuraba en el primer pasaporte, también falso, con el que cruzó Europa clandestino: Roberto Freire. En 1964 entró pasando un río en la extinta RDA, la Alemania del Este, para hacer un curso de formación política.

Aunque desde 1961 estaba ligado a las juventudes comunistas del PCE, ya haciendo de las suyas. Como cuando de marinero en el servicio militar en el crucero Canarias , atracado en Las Palmas, se dedicó a escribir octavillas contra la dictadura utilizando una máquina de escribir del detall del buque. Taponadas en botellas de cerveza, las arrojaron al mar, «si llegan a coger una, descubrirían con qué máquina de escribir se escribió y con esa pista llegarían a nosotros». Era ya un clandestino y así seguiría los siguientes quince años. Quizás por eso le quedan muchos tics de la vida oculta. Se coloca de frente a la puerta para ver quién entra en la cafetería. Este jubilado de Bazán, como se siente ahora, ve su vida pasada con serenidad, aunque le queda esa permanente actitud de análisis de todo lo que ocurre: «Mira quienes son los perjudicados por esta crisis, los trabajadores como siempre. Si algo he aprendido de mi vida es que nunca debes olvidar la clase a la que perteneces, aprendí a estar prevenido».

Cuando lo jubilaron de Bazán se enfrascó en denunciar el problema del amianto, en un momento en que nadie le creía, «fíjate ahora, ya somos cerca de tres mil afectados». Emprendió la lucha contra la planta de gas de Mugardos: «En Fuco Buxán [la asociación a la que dedica ahora su actividad] ya ganamos tres sentencias en el TSXG y esperamos ganar en el Supremo, conseguiremos que la trasladen».

Pero volvemos atrás y se ríe de sí mismo al contar que, en 1962, navegando frente a Lisboa en el Canarias , una noche se subió a una torreta para escuchar mejor Radio Pirenaica, la emisora del PCE que emitía desde Rumanía, con un transistor Sanyo que había comprado en las islas. En su recorrido vital siempre habla en positivo de otras personas, de quienes «nos prestaron su ayuda», no es el nos mayestático sino que se refiere a él como uno más en la lucha clandestina. Y entre ellos al juez Sola, que le protegía cuando lo detenía la policía. «Me dijo un día, te voy a mandar directamente a prisión para que no pases otra vez por la comisaría; era para que no me torturaran». O cuando en 1968, en otra de las innumerables detenciones, Sola lo mandó desde la celda al trabajo. Ocurría que en Bazán había parado todo el mundo para exigir su libertad, y no se creían que estuviese libre. Su ingeniero jefe lo ordenó recorrer todos los talleres para que le viesen y volviesen al tajo, «fui en una bicicleta por todo el astillero». Por eso echa de menos en los sindicatos actuales ese «pegarse al terreno, el contacto permanente con los trabajadores» que ellos tenían. Una vida política tan intensa parece que ha hecho de Pillado el hombre de marmol.

Pero no es así, al hablar de sus dos hijas se le ilumina la cara, a pesar de que a una de ellas no la conoció bien hasta que tuvo seis años, porque pasó en prisión de 1972 a 1976.