Centenares de turistas asisten al espectáculo de las pujas, en las que también se «habla» en gallego
17 sep 2007 . Actualizado a las 02:00 h.En la lonja Tsukiji, en Tokio, la más grande de Japón y del mundo, huele como en la lonja de A Coruña, pero más suave. Cuentan que es porque la descarga, la subasta y la venta va tan rápido que no hay tiempo para que las inmensas naves del barrio de Cuo-ku queden impregnadas del olor de los atunes y las caballas. La lonja Tsukiji es una lonja a la gallega, pero en Japón. A la gallega por, al menos, tres motivos: su funcionamiento es prácticamente igual al de otras muchas rulas de Galicia, aunque algunas hayan perdido su encanto tras modernizarse; son varias las firmas gallegas -entre otras, Pescanova-; y en Tsukiji se subasta el mismo pulpo con el que se elabora el pulpo á feira.
A las cinco de la mañana, Tsukiji es un hervidero de trabajadores y chimpines transportadores de pescados y mariscos. Tsukiji es más que una lonja. Allí se desestiba, se subasta, se limpia, se trocea, se prepara y se suministra el pescado, convertido ya en sushi o sashimi, ambas variedades elaboradas con pescado crudo. Los menús se sirven a pocos metros de la zona de subasta, en unos tenderetes que, a eso de las seis de la mañana, están colapsados de hambrientos clientes, muy cerca de otra lonja, la de algas y verduras.
En la inmenso área de los atunes, un frenético toque de campana anuncia el inicio de la puja. Un corrillo de compradores, gorra en la cabeza y lápiz en mano, va tomando nota de la retahíla que suelta un subastador, aupado a una caja de madera. En pocos segundos, la mercancía está vendida, lista para distribuirse en el mercado anexo, en los restaurantes de la ciudad (un dicho nipón: los japoneses comen de todo lo que hay en el mar, menos submarinos), y en los camiones frigoríficos de exportadores de todo el mundo.
Toda una vida
En la lonja trabaja desde hace 30 años Otuka Ojsa. Ojsa es un auténtico lonjero. «Esta es mi vida. No he conocido otra. Me gusta mi trabajo». Son las cinco y media de la mañana y Ojsa está fresco como una lechuga. Presume de calidad y de cantidad: en su mano izquierda sostiene lo que parece una vieira del tamaño de un sombrero de un picador de toros. Alrededor de él giran los chimpineros -conductores de carros motorizados con dos asientos- que transportan palés de pescados y mariscos de un lado a otro sin parar, en una especie de tiovivo frenético. No usan el claxon, por lo que es necesario andar bien despierto para no acabar bajo sus ruedas. En la lonja, un reclamo turístico a la altura del templo Mei-ji o la calle Shibuya, se pueden hacer fotos, pero el flash está prohibido: un fogonazo podría cegar a un chimpinero y provocar indirectamente un accidente fatal.
Traslado en el 2012
La lonja Tsukiji forma parte del patrimonio de Japón. Pero sus días parecen contados. Si nadie lo remedia, en el año 2012, todo el bullicio, todo el romanticismo de una subasta a la vieja usanza, todos sus olores y sus colores, serán trasladados a unas naves modernas. Será, en realidad, la desaparición de la auténtica lonja más grande y divertida del mundo. Llegarán las subastas electrónicas y, pronostican sus fieles, la espantada de turistas.
Sus detractores argumentan que la Tsukiji presenta algunos problemas de salubridad y sus naves la enfermedad del amianto. Otuja Ojsa no lo cree. Quizás sea sólo un rumor. Ojsa sonríe. Con el traslado, su sonrisa se desdibujará. Él, que ha dedicado su vida entera a la Tsukiji, muchísimo más que una lonja de pescado.