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Un piso en el centro de la ciudad por solo seis euros de alquiler

J. Casanova

GALICIA

Crónica de un edificio con los días contados, en el que los intereses de inquilinos y propietarios poco tienen que ver

27 ene 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Al edificio en cuestión le supura la edad por la fachada. Forma parte de una minoría de testigos de otro tiempo en el barrio coruñés de Os Castros, en constante proceso de reurbanización. Hace unos meses desapareció el inmueble de al lado, otro de los veteranos, con inquilinos y negocio incluido. En su lugar, camiones y excavadoras se afanan en asegurar los cimientos de una nueva construcción provocando un estruendo francamente molesto.

Hay quien vive en el edificio pagando una renta de 28 euros. O eso es lo que marca el recibo, porque la renta, en realidad, según explica una de las propietarias que también reside en el edificio, es de seis euros, y «el resto son cantidades agregadas para sufragar algunos gastos de reparación en el edificio», añade. Es una cantidad francamente modesta cuando un alquiler actualizado en el barrio difícilmente puede encontrarse por menos de cuatrocientos euros y menos para una vivienda como estas, con cinco piezas más cocina y cuarto de baño.

«Mi marido y yo vinimos a vivir a este piso cuando nos casamos -explica M., la inquilina de los 28 euros- hace sesenta años. Y ocupamos, como realquilados, dos habitaciones. Entonces no era como ahora; no había tantos pisos. Así que esto nos pareció bien. Con el tiempo, los hijos de aquella familia se marcharon y nosotros llegamos a un acuerdo con el matrimonio que había para quedarnos con el piso». La mujer, de 84 años, dice que empiezan a olvidársele algunas cosas, pero aún se acuerda cuando la propietaria cobraba 85 pesetas entre todos los alquileres del edificio. «A nosotros nos quisieron subir la renta hace unos años, pero lo pusimos en un abogado y no pudieron».

Derechos adquiridos

Iderisa es otra vecina del edificio, que también cuenta 84 primaveras. Ella no estuvo tan despierta y permitió la subida, de manera que ahora paga algo más de cien euros de alquiler: «Pago tanto como el resto de los inquilinos juntos», dice con fastidio. Algunos matarían por pagar cien euros por un piso de esas características en la misma zona. Pero algún derecho se adquiere cuando se acumulan 56 años residiendo en el mismo lugar. En todo ese tiempo, obviamente, las viviendas han cambiado notablemente. No queda ni rastro de las sólidas cocinas de carbón que calentaban el edificio, o del suelo de madera. Durante toda una vida, estos vecinos fueron acomodando un hogar que no era suyo a la medida de sus necesidades y sus recursos. Hoy, las viviendas tienen los días contados.

Las dos propietarias que residen en el edificio prefieren no hablar mucho. Solo lo obvio: «Es casi imposible hacer las reformas que requiere el edificio porque las rentas son muy pequeñas y los costes resultan inasumibles». Enseguida, la cuestión sobre la problemática que el propietario vive en estas circunstancias queda zanjada: «La verdad es que pensamos vender el edificio».

«Yo no quiero irme de aquí. En este piso están todos mis recuerdos de juventud; toda mi vida». Lo dice M., que no sabe, o hace que no sabe, que el edificio va a ser vendido. Las reformas sobre vivienda que prepara la Xunta y que podrían afectar a muchos inquilinos de renta antigua le entran por un oído y le salen por el otro: «Ni me interesa que lo arreglen. Como está, a mí me sirve para los años que me quedan». Y eso que en la casa no hay calefacción y esta mujer tiene que arreglarse con un radiador de aceite porque, si pone alguno más, salta el limitador.

La mujer está al tanto de todos los movimientos inmobiliarios que ha habido por la zona y sabe que, si el edificio se vende, de una forma o de otra ella tendrá que irse: «El que había al lado tenía dos inquilinos y un bar. Y ya ve que lo han tirado». Con todo, M. esboza una sonrisa pícara cuando avanzamos hacia lo que podría ser una eventual negociación: «Hombre, si llegáramos a un acuerdo que a mí me fuera bien...».

Es posible que esta vecina se vea antes de lo que piensa en la tesitura de la negociación y está por ver si el destino le depara un acuerdo satisfactorio. La experiencia dice que, por razones diversas y no siempre bien explicadas, los inquilinos de renta antigua que regresan a sus antiguos domicilios tras una reforma del edificio son muy escasos. La mayoría encuentran por el camino un punto de encuentro con el que suele ser el nuevo propietario del inmueble, normalmente experto en lidiar con este tipo de situaciones.

«Aquí nos llevamos todos bien -dice M.-. Somos muy buenas inquilinas». Las propietarias tampoco expresan quejas, más allá de gestionar un edificio en un buen barrio de A Coruña, cuyos beneficios mensuales son inferiores al alquiler de un apartamento que se encuentra dos portales más a la derecha.