«Nos han dado algunas explicaciones, pero para nosotros sigue siendo un misterio. No conseguimos entender por qué el lago cambia tanto de color y tan a menudo». Hoy, en una mañana gris y lluviosa, con una neblina que rodea todo el contorno, el lago luce un intenso verde cobalto que produce un efecto casi hipnótico. Pero Juan Luis Delgado, el responsable medioambiental de Limeisa (Lignitos de Meirama S.?A.), insiste en las múltiples tonalidades de verdes y azules que el embalse es capaz de adquirir sin explicación aparente.
En realidad, el lago de Meirama no debería lucir como luce. La autorización de llenado todavía está pendiente de su visado definitivo. Sin embargo, Augas de Galicia, el organismo público que fiscaliza el proceso y que recibirá finalmente tanto este lago como el de As Pontes, sugirió la posibilidad de que uno de los ríos que rodea el perímetro de la mina de Meirama vertiera al hueco tras las quejas de unos vecinos de Carral por el olor del agua. Limeisa constató que los parámetros químicos eran buenos y autorizó el vertido, que comenzó en septiembre. Es algo más de la mitad del aporte hídrico para llenar el hueco, pero ha sido suficiente para que el lago haya alcanzado ya una profundidad de 68 metros y muestre un aspecto imponente.
Un metro por semana
El proyecto de Meirama no guarda demasiadas diferencias con el de As Pontes. «Solo en la cuestión de la escala», matiza Delgado. Sin embargo, la estructura del hueco está configurando lagos distintos, uno más ancho, otro más profundo. Aquí las aguas han ido subiendo rápidamente. Un metro por semana, aunque el ritmo ya está bajando en función de la superficie de la lámina de agua, que se amplía lentamente.
En la mina, situada al borde de la vía del AVE, ya trabajan solo cinco personas, algunas cerca de la jubilación. Por las pistas que el nivel del lago va engullendo aún circulan supercamiones subcontratados que están acabando de acondicionar la principal playa. Algunas estacas rojas marcan el nivel final de las aguas, que ya resulta fácil imaginar. Por debajo, las terrazas que dejó la explotación del lignito viven sus últimos tiempos de visibilidad.
Aparentemente, el agua es limpia. Químicamente no está mal. Como en As Pontes, los técnicos de Meirama se enfrentaron con inquietud a los primeros análisis. El agua que se filtraba por las paredes del hueco, más la aportación de la lluvia ofrecían unos datos que, aún estando de acuerdo con el modelo previsto, mostraban una gran acidez. «Decidimos enmendarlo enseguida», explica Juan Luis Delgado. Con 25 toneladas semanales de cal, perfectamente visibles desde un canal que alimenta al lago. La aportación del arroyo Pereiro ha terminado de mantener satisfechos al equipo de la Escuela de Ingenieros de Caminos de A Coruña que gestiona el control de calidad del agua del lago y del que se han tomado ya más de 10.000 muestras.
La fecha final de llenado está en el aire mientras no se autorice el vertido de algunos de los arroyos que ahora lo rodean. Algo menos de seis años. En el último vistazo, el lago se muestra un poco más verde, más brillante. ¿Será por el sol? «Quién sabe», responde Delgado.