El desempleo ha empujado a Amadeo, Carlos y José Manuel a retornar a sus aldeas de Os Ancares, en un fenómeno que se repite en otros lugares del interior lucense
05 jun 2010 . Actualizado a las 02:00 h.Los protagonistas de esta historia nacieron en el corazón de Os Ancares, en el municipio lucense de Cervantes. Amadeo Fernández Fernández, de 31 años; Carlos López Blanco, también de 31, y José Manuel Gómez Santín, de 26, crecieron al aire libre, en contacto con la naturaleza y viendo el enorme esfuerzo y las dificultades a las que se enfrentaban sus padres, que son ganaderos de vacuno, para salir adelante. Por eso, cuando hace varios años unos empresarios de la zona los llamaron porque necesitaban mano de obra en la construcción, aparcaron su formación profesional -en Automoción, Electricidad y Forestales, respectivamente-, se reconvirtieron en yeseros -escayolistas- y abandonaron las faldas de la montaña en un viaje de ida, del que ahora acaban de completar la vuelta.
Ellos son tres, pero cuentan que solo en su concello hay más jóvenes retornados, en un fenómeno que al parecer también se está dando en otras zonas del interior de Galicia. «Floxeou moito o traballo e houbo que parar. Case non daba para vivir, e ao non haber cartos, hai que volver á casa, á terra, que é onde máis barato podes estar», relató Amadeo. Lo contó en la taberna que tienen sus padres en Quindeus, en donde los tres compañeros recordaron con una sonrisa su vida «ambulante», revistiendo de yeso edificios de Lugo, Ferrol, A Coruña, Pamplona, Soria, el País Vasco, Asturias... Eran tiempos en los que el sector inmobiliario crecía al ritmo en el que se desorbitaba el precio de las vivienda. Con todo, su nómina mensual apenas sobrepasó los mil euros, aunque si trabajaban «a destajo» -por metros- el sueldo era bastante mayor.
Llenar la despensa en casa
Vivían fuera, pero su referente siguió siendo Cervantes. Volvían a casa a menudo para ver a la familia, para desconectar del ajetreo laboral y para cargar el maletero del coche con productos y alimentos caseros, como huevos, patatas, verdura, carne e incluso agua, para llenar la despensa.
En su opinión, ese colchón está ayudando a aguantar a algunas de las cervantinas que emigraron a la capital amurallada. «Para unha muller é distinto, porque unha rapaza pode facer unhas horas coidando nenos ou anciáns, e ir tirando co que leva da casa aínda que teña un soldo pequeno», comentan los chavales. Unos más y otros menos, desde que volvieron a casa los tres le echan una mano a sus padres con el ganado. «Aquí estamos de marabilla. Vivindo cos pais e sendo os nosos propios xefes estamos moito mellor que na cidade. Pero agora hai que repartir para tres o que antes era de dous, e ese é o problema», sonríen.
Cursos y obradoiros de empleo
«Trato de facer todos os cursos que podo», indica Carlos, que reside en el lugar de Santalla. Aún cobra la prestación por desempleo, pero en los últimos meses ha completado un seminario de fitosanitarios y otro de bienestar animal. También se ha inscrito en uno de soldadura y en otro de carpintería, aunque no sabe si tendrá plaza. Esta es otra de las dificultades, ya que los tres jóvenes aseguran que no han podido acceder a los obradoiros de emprego promovidos por la Xunta en el municipio de Cervantes. Afirman que sí entraron varias personas mayores de sesenta años. «Isto deberiano cambiar, porque se os obradoiros son para que a xente aprenda un oficio, deberían meter a xente nova; e se son só para darlle un diñeiro á xente, que metan á xente maior», declaró el padre de Amadeo.
José Manuel, que es natural de Balgos, espera tener un «alivio» económico en los próximos tres meses. «No verán ando algo cunha carroceta de incendios porque teño o carné e varios cursos de forestal, así que me van chamando», comenta el joven, que fue el primero en regresar tras varios años fuera.