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«Nunca me vi en una situación así, no sabía ni a quién pedir ayuda»

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña VILAGARCÍA/LA VOZ.

GALICIA

En paro desde hace un año, su hijo mayor hizo ayer la primera comunión con un traje prestado, algo que su padre nunca imaginó tras una vida de trabajo

07 jun 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Manuel García trabajó en la construcción, como encofrador, y en empresas de montaje. «Llevaba a casa nóminas de 1.400 euros y nunca pensé que me faltaría trabajo», cuenta. Pero llegaron las vacas flacas y ahora lleva más de un año sin un contrato. Primero cobró la prestación, después una ayuda familiar, pero desde hace dos meses no ingresa ni un euro. Vive en una vieja casa de Rubiáns (Vilagarcía) con su mujer, Manuela Varga, y sus dos hijos, José Manuel, de 8 años, y la pequeña Tamara, de 2. Para mantenerlos disponen tan solo de una paga no contributiva de 360 euros que cobra su mujer por una minusvalía psíquica. «Yo es que no puedo estar sola -reconoce Manuela-, me deprimo y no sé qué hacer, me desoriento».

La enfermedad de su mujer obligó a Manuel a llevar siempre el peso de la casa. «Ella no puede ni cocinar», dice. La conoció hace más de diez años en Mallorca, donde él trabajaba, y se enamoraron. De aquellos días felices queda una enorme foto de boda que luce en el salón de su casa. Después vinieron a Galicia: «Le compré esta casa a un pariente mío porque me la dejó muy barata, por tres millones de pesetas, y aquí nos instalamos, con mi mujer embarazada, pero como yo tenía empleo no había problema. Trabajé en la construcción y en montajes, pero tuve varios accidentes y ahora estoy mal de la columna y ya no puedo hacer esos trabajos».

Poco a poco, los problemas no hicieron más que crecer: la salud que empezó a fallar, la mujer que no quería quedarse sola cuando él iba a trabajar, el dinero que no llegaba... Manuel acabó sufriendo una crisis de estrés y estuvo ingresado en el hospital. Pero se recuperó, porque era consciente de que tenía que seguir tirando del carro. No se desanimó y, aunque limitado laboralmente, pensó que otras tareas llegarían. Pero lo que llegó fue la crisis, y el teléfono dejó de sonar. «Ahora ando dejando carteles por ahí, ofreciéndome para trabajar en el campo por seis euros la hora. También estoy pendiente de que me llamen de una empresa de montaje de espectáculos con la que colaboraba antes, y a ver si hay suerte», afirma. Mientras, aprovecha el tiempo libre para hacer arreglillos en casa. «El tejado se está cayendo; me dan una subvención para rehabilitar la vivienda, pero hay que pagar el proyecto de obra, y no tengo ni para eso», añade.

Papeles y más papeles

Cuando se le acabaron las prestaciones, Manuel fue al Concello, a la Seguridad Social y a Cáritas: «Pero todo era cubrir papeleo; llevo dos meses cubriendo papeles para nada». Hasta que la profesora de su hijo les habló de Amigos de Galicia. «Yo ni siquiera sabía que existían, la verdad es que nunca me vi en una situación así, no sabía ni a quién pedir ayuda. Fue la maestra la que llamó personalmente, tuve una entrevista con ellos y desde entonces me están ayudando», comenta.

A través de esta oenegé que reparte alimentos por toda Galicia, Manuel y su familia reciben mensualmente arroz, galletas, leche para la niña, patatas... José Manuel, el hijo mayor, hizo ayer la primera comunión con un traje que también le prestó la entidad: «Tengo que devolvérselo, pero la verdad es que nos están ayudando mucho. Les estamos realmente muy agradecidos porque ya no sabíamos qué hacer». Y a pesar de todo, Manuel y Manuela no dejan de sonreír, con la pequeña Tamara correteando entre sus piernas.