Cuatro gallegos con tetraplejia relatan cómo han afrontado el cambio en sus vidas
12 sep 2010 . Actualizado a las 02:00 h.La vida son segundos. Pero hay un segundo a partir del cual el resto ya nunca son como antes. La médula de Ignacio Merlán quedó aplastada en un segundo. Fue hace dos décadas. «A las siete de la tarde estaba perfectamente y a las siete y uno estaba sentado en una silla de ruedas. A partir de aquel instante empezó una vida difícil, pero no se acabó el mundo. La vida, aunque no puedas mover las piernas o las cosas se te caigan de las manos, es muy bonita». Y lo dice sin dejar de sonreír.
Una zambullida en el río Belelle, en Neda, lo llevó directamente a la unidad de lesionados medulares del Complexo Hospitalario Universitario A Coruña con 28 años cumplidos. Allí entre un 2 y un 3% de los pacientes que ingresan cada año lo hacen por esa misma razón, explica el doctor Sebastián Salvador de la Barrera. Igual que el joven jerezano que hace unos días sufrió un accidente al tirarse de cabeza en la playa del Orzán, en A Coruña.
O como le ocurrió a Martín Blanco, que llegó a A Coruña desde Venezuela. En la otra esquina del Atlántico, un fin de semana del 2004, fue a bañarse al mar y al tirarse al agua rompió dos vértebras de la parte alta de la columna. Porque hay una diferencia entre la tetraplejia y la paraplejia. La primera se produce cuando está afectada la parte alta de la columna, cuando quedan tocadas las vértebras cervicales, y la segunda es cuando el daño está un poco más abajo. Pero no hay ningún caso idéntico.
Lo único que los iguala es ese segundo que cambia el modo en el que hay que enfrentarse al día a día durante el resto de la vida. Porque fue en ese espacio de tiempo en el que este joven venezolano pasó de correr y nadar a no poder moverse. Lo operaron allá, pero luego prefirió trasladarse a Galicia, la tierra de sus padres. «Cambiamos para aquí por el entorno. En Galicia está todo mucho mejor preparado para la gente que tiene que moverse en una silla de ruedas», explica desde la biblioteca del campus de Elviña, en A Coruña. Aunque en el asunto de las barreras arquitectónicas todavía haya muchas cosas por hacer. Porque aún hay muchos locales de hostelería que carecen de rampa o baño para personas con este problema. O lo mismo ocurre al ir a una tienda y entrar en el probador.
Estudios
Martín está acabando la carrera de Ingeniería Industrial en Ferrol. Había empezado ya en Venezuela, pero tuvo que hacer un parón de dos años por el accidente. Ahora un transporte adaptado que le facilita la asociación Aspaym lo recoge cada día en su casa de A Coruña para llevarlo hasta el campus ferrolano.
Lo suyo son las ciencias, pero lo de Carlos Sánchez, las letras. Este abogado vigués estudió Derecho, primero en la Universidad de Educación a Distancia (UNED), y luego, el último curso, lo hizo en Santiago. El segundo que lo puso a prueba fue antes de empezar la carrera, en 1989, en el arenal de Bao, en Vigo. No fue una zambullida. Fue al entrar en el agua para coger un balón. «No me tiré de cabeza, entré corriendo en la orilla y había una duna formada por las mareas. Pensé que había agua para tirarme, pero la ola no llegó a tiempo. Golpeé con la arena y el cuello acabó formando un ángulo recto», apunta.
Por el golpe quedó flotando boca abajo. «¡Puff! En el momento no duele, quedas como atontado. Flotas boca abajo. Es agradable volver a respirar», recuerda. La recuperación la hizo en un centro hospitalario en Toledo. «Era muy grande, podías ver un montón de casos y eso es bueno», apunta. Todavía recuerda el consejo que le dio un interno que fue el primer diputado tetrapléjico de España. «Nos enseñó que había que quitar la silla de la cabeza y ponerla en el trasero», relata.
La adaptación
Pero no es fácil. Adaptarse a ella fue una de las cosas que más le costaron a Ignacio Merlán. Este vecino de Neda, que vive desde hace diecinueve años en el Centro de Atención a Personas con Discapacidad Física (CAMF), en Ferrol, explica cómo también le resultó complicado «volver a estar con la gente». Antes, cuenta, los tetrapléjicos eran vistos como bichos raros. Pero ahora todo eso cambió. Y es que este radioaficionado lleva una vida normal. «Voy a tomar el café por la mañana y también voy a tomar un vino a mediodía», relata.
Para Carlos Sánchez, en el proceso de adaptación a esos nuevos segundos hay momentos clave. «Cuando llegas a casa y ves que hay que enfrentar la vida y que hay que intentar ser capaz», apunta. Para Martín Blanco, lo mejor fue cuando puedo abandonar el hospital.