Inmigrantes de Marruecos, Cabo Verde, Rumanía, Uruguay y Paraguay cuentan por qué se marchan de la comunidad
24 oct 2010 . Actualizado a las 02:00 h.Llegaron a Galicia azuzados por la pobreza en sus países, con ganas de mejorar su vida, de conjugar su propio futuro. El paro, en la mayoría de los casos, se lo ha pintado muy negro. Tanto, que muchos aseguran que pronto pondrán tierra de por medio. Algunos ya han abandonado la comunidad.
Mostafá es marroquí y marinero. Nació hace 37 años en un pueblo a 200 kilómetros de Casablanca y hace cuatro que llegó a Galicia. Se instaló en A Coruña y allí se quedó. «Trabajaba en barcos de cerco y también en la construcción», cuenta. Al andamio no ha vuelto a subirse desde que pinchó la burbuja inmobiliaria y la pesca, asegura, se ha complicado mucho. «Vivo en A Coruña, pero como allí no me sale nada, ahora estoy en un barco en Portosín buscando pescadilla. Gano muy poco, el sueldo no me llega y hace dos meses que no envío dinero a mi mujer a Marruecos», explica a bordo del pesquero y casi a gritos por el ruido del motor. Mostafá, que en tierra comparte habitación con un inmigrante boliviano («buena gente, buena gente», asegura), planea regresar a su país dentro de un mes: «Conozco a un armador español que tiene dos barcos en Marruecos y estoy pendiente de ese trabajo. Aquí así no puedo seguir».
En Cabo Verde, su país natal, dirigía un pabellón deportivo. «Cobraba 150 euros al mes y quería algo mejor. Un caboverdiano siempre quiere irse de su país», explica Pablo Furtado. Así que emigró a Portugal, donde vive su madre. Allí conoció a la que hoy es su mujer, también oriunda de Cabo Verde, y madre de sus hijas Neila, de 4 años, y Bianca María, de 2. Ella puso rumbo a A Coruña en el 2006 y él, al expirar su contrato como dependiente en una tienda, se reunió con ella. «Ella trabajaba cuidando a una señora y limpiando otra casa y yo me encargaba de mi primera hija, pero en el 2007 ya entré a trabajar en un desguace de buques», cuenta Pablo. Hace apenas un mes que su mujer regresó a la isla: «Tiene dos hijos de una relación anterior y no se adaptaban a vivir aquí. Y ha conseguido un contrato de trabajo de lo suyo, es enfermera de ginecología». «Pronto la seguiré yo, los echo mucho de menos», añade. Pablo, en el paro desde hace meses (cobra poco más de 700 euros), volverá ahora a Portugal para cumplir el tiempo de residencia y lograr la nacionalidad. Luego regresará a Cabo Verde con su familia. «El futuro no lo veo en Europa, está en África y en Sudamérica», asegura.
Venía para dos años y lleva ya seis en Santiago, desde el 2004. Ionut Capatina, 29 años, trabajaba en su Iasi natal (la segunda ciudad más grande de Rumanía) de taxista de día y en un matadero de noche. «Era joven y aguantaba», dice. «Pero quería buscar algo mejor y ganarme bien la vida», añade. Se vino a vivir con su madre, que ya trabajaba en Compostela. «Estuve las tres o cuatro primeras semanas sin trabajar, pero luego empecé a hablar el idioma y ya logré un empleo», cuenta en un casi perfecto castellano con marcado acento gallego. Ionut se encarga del transporte en una empresa de carpintería metálica. «Tengo trabajo aquí, pero quiero volver a Rumanía, a mis orígenes. Tengo morriña», confiesa. También tiene una hija de 7 años (Ionut es viudo) que vive con su familia en Iasi: «Estoy buscando allí un trabajo. Si me sale, me voy en junio».
Tras cinco años de marinero en A Coruña, este chileno de 36 años nacido en Concepción, se quedó sin trabajo. «Volví a mi país a ver a mi mujer y a mi hijo de 14 años y cuando regresé acá le habían dado mi puesto a otro», explica Héctor Marcelo Montoya. Eso ocurrió hace un par de meses. «Me encanta Galicia porque es verde y tiene mar, como la ciudad donde nací, pero no encontraba nada, así que me fui. No quedó más remedio», cuenta. De eso hace solo dos días. El pasado viernes, Héctor y su amigo Marco Antonio llegaron a Bilbao, y ayer buscaban trabajo en el municipio pesquero de Ondárroa: «Nos han dicho que puede haber algo. Yo me he venido al País Vasco porque dicen que se gana más dinero. Espero no desengañarme».
Esta paraguaya de 42 años llegó hace tres a Vigo, cuando la crisis daba sus primeros zarpazos. «La situación no es tan maravillosa como me la pintaron antes de venir. Incluso no sé si ahora están peor las cosas aquí», comenta Sonia Venialgo. Por eso ya piensa en retornar a Paraguay. «Aquí no hay trabajo», afirma. Natural de Hernandarias, en el Alto Paraná, en Vigo se dedica al cuidado de personas mayores, aunque en su país era farmacéutica. Como su sueldo en guaranís no superaba los 300 euros al mes, decidió emigrar y dar un futuro mejor a sus hijos gemelos de 14 años: «Trabajo mañana, tarde, noche, domingos y festivos para reunir un sueldo y cada vez es más complicado. Pero no puedo regresar con los bolsillos vacíos».