Sus familias costean el transporte ante la negativa a retocar una ruta de bus escolar.
26 oct 2010 . Actualizado a las 03:41 h.Si Kafka escribiese hoy, encontraría en Vilagarcía material abundante para ampliar El Castillo , su asfixiante relato sobre la trituración del hombre a manos de la burocracia, con una pieza que perfectamente podría titular El comedor escolar . Es la historia de seis niños con edades comprendidas entre los tres y los diez años. Cuatro de ellos deben cruzar la capital arousana cada día a bordo de un taxi. Su único acompañante adulto es el conductor, que bastante hace con comprometerse durante una semana a trasladar a los pequeños desde el Anexo A Lomba, una serie de aulas complementarias, hasta su centro matriz, el colegio público de A Lomba, donde se encuentra el famoso comedor al que los pequeños están adscritos.
La distancia a cubrir ronda los dos kilómetros. Existe una ruta de transporte escolar que sirve a otra escuela, la del barrio de O Piñeiriño, y, a través un mínimo retoque, se solucionaría el problema sin que las arcas públicas tuviesen que emplear ni un duro más en ello. Sin embargo, se ha creado un círculo vicioso en el que la Consellería de Educación, su propio departamento de inspección y las direcciones de los centros involucrados se pasan una pelota que concluye en negativa. Sin autocar, las familias deben sufragar de sus propios bolsillos el automóvil de alquiler.
Los dos chavales restantes hacen el camino a pie, cruzando en hora punta las principales vías de la ciudad, atestadas de tráfico rodado. Lo hacen acompañados de sus abuelos o sus padres, que deben ausentarse de sus puestos de trabajo para que sus hijos vayan a comer. En esto coinciden con los progenitores de los cuatro pequeños que viajan en taxi, porque a nadie se le ocurre dejar que una pequeña de tres años coja un taxi sin supervisar el lance, por mucho que su hermana mayor, de siete años, esté con ella. Mucho menos si otro de sus compañeros, también de siete años, padece una discapacidad visual que le pone las cosas todavía más difíciles.
65 euros, ¿y la seguridad?
Los jóvenes usuarios del taxi son dos parejas de hermanos. Teniendo en cuenta que las tarifas en vigor suponen un gasto de 6,5 euros por viaje, al cabo del mes cada una de sus familias estará empleando 65 euros para que los pequeños ejerzan su derecho a utilizar el comedor escolar. «Desde luego lo más importante no es el dinero, sino la seguridad, porque el autobús dispone de acompañante y un servicio tutelado por la Xunta, mientras que nuestros hijos tienen que viajar por su cuenta», razona el padre de dos de las niñas, que hace encaje de bolillos para alternarse con su mujer, poder dejar la oficina y supervisar la rocambolesca operación de transporte. Para redondear el sainete, en el punto de destino, el comedor de A Lomba, «nadie los espera para garantizar que efectivamente entran en él, ya que la dirección nos dice que no es su cometido». No es extraño que, en semejantes circunstancias, los afectados estén pensando en dirigir sendas cartas al presidente de la Xunta, el popular Alberto Núñez Feijoo, y a su conselleiro de Educación, Jesús Vázquez. «Entre otras cuestiones, aceptan a nuestros hijos en el comedor porque acreditamos que no podemos ir a recogerlos a las dos de la tarde por estar trabajando, pero nos obligan a dejar nuestro puesto para asegurarnos de que los niños sí pueden llegar a ese mismo comedor», se extraña una de las madres.
La consellería, por su parte, sostiene que ha hecho lo que tenía que hacer. Es decir, «conceder el servicio de comedor». Fuentes del departamento autonómico afirman que, por lo demás, los padres sabían, en el momento de solicitar las plazas, que no tendrían transporte: «No tienen derecho a ello, si bien el Concello de Vilagarcía podría ayudar a sufragar el servicio». Educación no acaba de concretar la fórmula en la que el Ayuntamiento arousano podría intervenir, pero las familias de los chavales rebaten, en cualquier caso, la primera de estas afirmaciones: «Cuando en junio hablamos con el jefe territorial de la consellería en Pontevedra, este nos dijo que no tenía sentido plantear entonces un problema que todavía no se había producido, porque ni siquiera habíamos concurrido a la convocatoria de plazas de comedor; nos aseguró que cuando estuviesen concedidas buscaríamos una solución y nos pareció razonable». Sin embargo, las listas de admitidos fueron publicadas en septiembre, con un margen de dos días para reclamar. Silencio.
Un rodeo de 8 minutos
Mientras los niños toman el taxi, a eso de las dos y cuarto, el autocar que cubre la ruta escolar de O Piñeiriño se detiene en el mismísimo patio del Anexo, recoge a otros chavales y sigue su camino. «Es el bus que podría llevar a nuestros hijos, solo tiene que dar un pequeño rodeo que, según la empresa que hace el servicio, no supone ni 8 minutos de diferencia». Los pequeños podrían salir un poco antes de clase, opina el hombre, para aun así evitar retrasos sobre el recorrido original. Pero «la dirección del centro dice que es cosa de la inspección, la inspección que es cuestión de la jefatura territorial, la jefatura que algo así tiene que ser aprobado por la dirección, y vuelta a empezar». A sus tres años, la más pequeña del grupo no percibe lo absurdo de su peripecia. Para ella no es más que un juego.