A Antonio todos lo conocían por Cives, apellido que también usaba para identificarse en su época futbolística: hasta hace dos años militaba en los cadetes del Corcubión, y también había formado parte de la plantilla de los juveniles. Pero ahora lo había dejado. El presidente del equipo, Casimiro Trillo, que además era su vecino, lo recordaba ayer como un chaval «estupendo, boa persoa, calado, moi educado e tranquilo».
Era hijo único. Sus padres (él albañil y trabajador de Tragsa, ella, personal de ayuda a domicilio del Concello), oriundos ambos de Dumbría, habían pasado muchos años emigrados en Suiza, y decidieron regresar y establecerse en Corcubión.
Un amigo de Antonio, muy abatido por la pérdida, relataba que había comenzado este curso una nueva carrera, Filoloxía Francesa, tras dejar el año pasado Administración y Dirección de Empresas, en la que no se sentía cómodo.
Estudiaba y vivía en Santiago, justamente compartiendo piso con sus otros dos compañeros del vehículo accidentado, David, que cursa un ciclo superior, y Borja. Con David, además de ser vecinos y de haber jugado en el equipo local, también le unía esa relación estudiantil.