Alas consultas pediátricas llegan niños con síntomas derivados del acoso escolar. Los padres observan que su hijo, al que antes consideraban un niño sano y feliz, está más huraño y triste. Notan que no quiere estudiar, que prefiere evitar el colegio. Piensan que está enfermo. La tensión puede llegar a manifestarse en un cuadro depresivo y genera traumas. En ciertos casos los menores no obedecen, no duermen bien, dejan de comer y sufren trastornos de somatización, con dolor de barriga o de cabeza y cansancio. Tienden a rechazar el entorno e incluso pueden tener comportamientos agresivos, con lo que no se ciñen a los tópicos que manejamos cuando hablamos de la depresión, esos que dibujan al paciente como alguien apático, cabizbajo y triste.
Hay que apuntar que no estamos ante un fenómeno nuevo. Siempre ha existido el acoso escolar, con sus graves consecuencias. Aunque en el pasado no se tomaban tanto en consideración estos hechos. Y los colegios eran escenarios diferentes, escuelas pequeñas donde todos se conocían y los profesores tenían la posibilidad de saber qué sucedía y tomar cartas en el asunto. Ahora los centros de enseñanza suelen contar con muchos más alumnos, es más complicado poder controlarlo todo. Pero en los últimos tiempos, en los que el acoso tiene mayor visibilidad pública, la sociedad se ha concienciado y, afortunadamente, ya no tolera estos abusos.
Un niño víctima de acoso suele ocultarlo totalmente. No es sencillo para un pediatra conseguir confirmarlo. Y no es solo una cuestión de miedo. La víctima pretende evitar ser visto en su centro escolar como un acusica, se niega a romper esos códigos no escritos que dicta la adolescencia. Si se le plantean preguntas de forma directa en una consulta, lo más probable es que se cierre en banda. Por esa razón es fundamental que el pediatra recurra a la mano izquierda para conocer la relación del paciente con sus compañeros de colegio, ya que la intimidación a la que es sometido el menor le impide reconocer y verbalizar todo lo que le está sucediendo. Es preciso darle tiempo al niño, no presionarlo, hacer que se vaya sintiendo seguro con el objetivo de poder llegar a la raíz del problema. En general, los padres ya intuyen de una u otra forma cuál es el conflicto porque les ha llegado algún tipo de información de progenitores de otros escolares.
Es fundamental que las víctimas de estas conductas, que son atacadas porque sus compañeros ven en ellos menos recursos defensivos que en otros menores, encuentren el apoyo en su entorno. Hay que buscar la implicación de profesores, padres y amigos del niño. La conclusión necesaria es que en la sociedad unos tenemos que ser curadores de los otros.