El transporte público en Lugo está pendiente de los servicios metropolitanos mientras en la capital pierde viajeros
17 ene 2010 . Actualizado a las 02:00 h.El autobús en Lugo forma parte del paisaje, como los carballos de Fingoi y el reloj consistorial. Es parte del decorado, una pieza del atrezo del escenario urbano, como el guardia en su cruce, cuando en los cruces había guardias. El bus en Lugo es muy útil como parte del decorado, pero muy poco práctico como medio de transporte. Lo dice el Plan de Mobilidade e Espazo Público encargado por el Ayuntamiento, como antes lo dijeron el sentido común, la experiencia del viajero y el registro de usuarios. Los buses urbanos cerraron el año 2009 con menos de dos millones de clientes, lo que sitúa a este servicio en el momento más bajo de su historia reciente. El logro es imputable en gran parte a los gestores, o lo que es lo mismo al concejal de Transportes, José Rábade . Claro que quienes le precedieron también tienen alguna responsabilidad en el resultado, fruto menos de la falta de inversión y de las buenas intenciones que de la ausencia de planificación.
En Lugo, las condiciones de la concesión administrativa del servicio de transporte público urbano han sido cuestionadas a lo largo de dos décadas desde distintas ópticas políticas. En los últimos diez años, el Ayuntamiento ha dedicado recursos cuantiosos a renovar la flota de buses, hasta disponer de una de las más actualizadas de Galicia. Tampoco ha escatimado esfuerzos a la hora de establecer bonificaciones en el precio del billete. Pero el servicio no ha dejado de perder viajeros. La falta de información al usuario, la inexistencia de medidas para facilitar la puntualidad en los recorridos y unos itinerarios disparatados son probablemente algunas de las causas del desastre. Ahora, sin pretenderlo, el Plan de Mobilidade encargado por el alcalde López Orozco es, en sus propuestas, tan diferentes a lo que es hoy el servicio, una dura crítica a la política realizada por el Concello durante años en materia de transporte público.
En Lugo, el bus urbano es un servicio incomprendido. Ocurre desde que empezó a rodar. Lo sabían bien los conductores de los históricos Pegaso, modelo Cometa, y los guardias municipales de los años inaugurales, de los tiempos en los que el bus aún no formaba parte del paisaje urbano. Entonces las quejas eran como las del piloto de uno de los pocos coches que por aquellas fechas circulaban por Lugo y que se empotró en la parte posterior del autobús. Indignado, se dirigió al conductor del bus y le dijo algo así como esto: «¿Pero ti que fas; qué é iso de ir parando cada pouco onde che peta?». Tampoco uno de aquellos guardias de entonces entendía muy bien algunas cosas. Uno de ellos se dirigió solícito al conductor para informar: «Oiga, tiene una luz averiada, porque parpadea». Resultó que era la intermitencia que indicaba que el vehículo pretendía incorporarse de nuevo a la calzada. El cronista (se dice para que conste la procedencia de las anécdotas reseñadas) tuvo la suerte de disfrutar en su día de la generosidad del conductor de autobús José Blanco Arias .
En Lugo, en la provincia, ahora se perfila la implantación del servicio metropolitano de transporte público. Será cosa de ver cómo se casa con la red urbana y cómo se organiza en relación a la línea que dará servicio al nuevo Hospital Xeral. Ahora el alcalde Orozco, es de suponer que también su concejal Rábade, quiere que la misma empresa que elaboró el Plan de Mobilidade le diga por dónde empieza a aplicarlo. A la vista de la experiencia, es probable que no sea una mala idea.
El bus urbano ha perdido viajeros y el Museo Provincial puede perder una parte considerable de sus fondos, si los jueces dan la razón a la familia de Álvaro Gil . Triste disputa ésta, que nunca debió de llegar hasta donde llegó. Es una de las herencias que, para bien o para mal, recibió el gobierno provincial que preside José Ramón Gómez Besteiro de su antecesor en la presidencia, Francisco Cacharro Pardo . Quizá en una sociedad distinta, en la que la política museística fuese entendida en términos de país, y no de taifas disparatadas, problemas como el señalado no se hubiesen dado o hubiese resultado mucho más fácil resolverlo. Hay en Lugo, en esto de la exposición al público del patrimonio histórico y artístico, un océano de problemas. No es la parte más pequeña la que se refiere a los restos arqueológicos. Hay en la antigua prisión provincial un cargamento de piezas pendientes de restaurar y del todo desconocidas para el público. ¿Cuántas generaciones serán necesarias para que sean expuestas? Cabe esperar que el escritor Jardiel Poncela estuviese equivocado cuando avisó: «El que no se atreve a ser inteligente se hace político». Sí, igual se equivocó.