San Blas bendito, cúrame la garganta y el apetito

Alberto López alberto.lopez@lavoz.es

LEMOS

04 feb 2010 . Actualizado a las 02:10 h.

Por San Blas, hora y media más. Por San Blas, la cigüeña verás y si no la vieres, año de nieves. Si hiela por San Blas, treinta días más. La existencia de tantos refranes -hay muchos más- sobre este santo tiene su explicación en lo conocido y venerado que es en cientos de lugares. Ayer era día de romería en su honor en muchos lugares de Galicia. En Santiago, cientos de files le rendían culto en la Colegiata del Sar o en San Paio. En la parroquia de Bembrive, en Vigo, procesiones religiosas y profanas -las peñas de amigos se reúnen para celebrar comidas en improvisados furanchos- se repartían el día. También se celebra en Pontevedra, en Foz, en Cordeiro, en Pontecesures y cómo no, en Monforte, uno de los pocos lugares que conserva reliquias del santo. Dice la tradición que San Blas era conocido en su época por el don que le permitía hacer curaciones milagrosas. La leyenda cuenta que le salvó la vida a un niño que se ahogaba por culpa de una espina de pescado clavada en la garganta. De ahí su fama como ayuda para los males de garganta y la costumbre de bendecir las cintas que luego se cuelgan al cuello el 3 de febrero. En Monforte una multitud -sobre todo de mujeres- armada de cintas y bolsas que contenían rosquillas llenó la iglesia de San Vicente do Pino entre las once y las doce del mediodía para asistir a la misa en la que se bendicen las roscas. En la puerta, varios puestos vendían rosquillas y cintas a los que no venían preparados de casa. La iglesia se llenó. De hecho, poco después de que empezase la homilía, era imposible entrar en el templo, aunque no pasó de ahí. Se echaban de menos las aglomeraciones en la explanada del monasterio. De todos los asistentes llamaba la atención un grupo de escolares que ocuparon la cabecera y que siguieron la misa completamente absortos por las lecturas y movimientos de los sacerdotes. A las doce menos veinte el párroco César Carnero se tuvo que abrir paso entre la multitud para realizar la bendición de las roscas. Comenzaba entonces una carrera -tal cual- entre muchos de los asistentes para acercarse a la imagen del santo y poder pasarle las cintas por su desgastado cuello. Cintas, o lo que se tuviese a mano, desde bufandas a pañuelos e incluso una palestina. Por la tarde, a las seis y en el mismo lugar, más de lo mismo.