Más de dos decenas de personas ofrecieron ayer de forma excepcional una estampa que a mediados del siglo pasado era la más habitual en este mes «da sega»
28 jul 2010 . Actualizado a las 02:00 h.Hacía al menos cuatro décadas que en la zona de Guntín no se veía la imagen que ofreció ayer una cuadrilla de segadores y atadoras en plena faena en medio de un campo de trigo, como si se tratase de un cuadro de Millet. Un total de 22 personas residentes en varias parroquias y miembros de la Asociación de Amigos do Mosteiro de Ferreira de Pallares realizaron la primera parte de un trabajo de recuperación etnográfica, que concluirá el próximo día 8 de agosto con una malla durante la Festa Artesanal de Ferreira.
Con las inevitables concesiones a la actualidad, como el vestuario, la sustitución del carro de vacas por un tractor y la utilización de coches por parte de los concurrentes para desplazarse hasta el trigal, la siega fue acometida con la mayor fidelidad posible al método tradicional. Los trabajos comenzaron a mediodía, con la calor que seca la paja y la hace menos correosa para un mejor corte, y evita que el grano se almacene húmedo.
Como era tradicional, los hombres, provistos de fouciños comprados en la zona de Taramundi, se encargaron de segar el trigo, aunque sin los piques que en tiempos pasados obligaban a forzar la máquina para mantener la fila india y evitar que el de atrás adelantase por la derecha. Las mujeres coucearon la paja y ataron los mollos que fueron agrupados en el medeiro , en el que se seguirán secando hasta el día de la malla .
Tras el trabajo llegó el momento más esperado, el de la comida. Antes lo era por las propias viandas, y ayer por el reposo y la tertulia. También aquí fue respetada la tradición y en el menú no figuraban los recurridos pulpo y empanada, sino lacón casero cocido, chorizos, cachucha, pan y vino, y torrijas y roscón antes de rematar con un café de pucheiro .
Los platos de plástico sustituyeron a los de loza y las servilletas de papel, a la manga de la camisa, pero afloraron en son amistoso las navajas de siempre con cachas de madera, bastante más efectivas que los cuchillos de sierra de acero inoxidable. La rama de un roble sostenía la bota de vino al remate de cada recorrido y un botijo mantuvo el agua fresca. La comida fue en la zona de meriendas de los Campos de Meixaboi pero, como también mandaba la tradición, las mesas de cantería solo fueron utilizadas como alacenas y el mantel fue extendido sobre el propio campo.