Como san Francisco de Asís, se siente especialmente cercano a todo lo relativo a la naturaleza
17 mar 2012 . Actualizado a las 07:00 h.Leopoldo Sanmartín Pazos, el cura de Lier (Sarria) y en tiempos, de Sindrán (Monforte), tiene un contrato indefinido de felicidad. Su piedra filosofal no convierte la pirita en oro; transforma la disponibilidad en necesidad, de manera que permanentemente posee todo lo que precisa, e incluso más. «Non é falsa modestia, pero dáseme máis do que merezo e do que necesito». Sí, porque dice que una persona puede vivir con lo que buenamente produce la naturaleza, y él cultiva hortalizas y frutas en el huerto de la casa rectoral y en el de su vecina.
Utilizando un lenguaje tradicional que seguramente él no comparte, fue vegetariano, cura obrerista, un poco hippy, gran conocedor de hierbas y plantas medicinales y aromáticas, micólogo y practicante de la meditación zen. Con la suma de años y de conocimientos resumió los mandamientos de la naturaleza en dos: Dios está en el origen de todo y la convivencia es lo más importante de este mundo.
Leopoldo nació en Filgueira (Lalín), donde vivió hasta los 16 años, pero apenas volvió por allí. Eclesiásticamente pertenecía a Lugo. Estudió en el Seminario lucense y tuvo su primera parroquia en Lousada (Pedrafita). «Estiven só un ano pero foi especial porque houbo neve practicamente continuada desde novembro a maio». Era 1962 y el próximo agosto cumplirá los 50 años como cura.
Lo mandaron a la parroquia de la Estación de Monforte y allí dejó patente su forma de entender el sacerdocio. Se sumó a las homilías en gallego y tuvo un apercibimiento de multa de 100.000 pesetas, que no llegaron a materializar. «Como cambian as cousas, porque daquela estaba Fraga Iribarne de ministro de Información y Turismo, e despois tamén acabou falando galego el».
El idioma era un pretexto porque lo que verdaderamente molestaba era lo que decía. Durante un tiempo dos policías de la brigada social asistían a su misa debido a que estaba en contacto con los obreros de la Chacinera y hablaba de los problemas que los preocupaban. Para pagarles parte del incordio con la misma moneda, cuando veía dentro de la iglesia a los policías cambiaba la homilía, con lo que los «sociales» también tenían que asistir a la siguiente. En una de las ocasiones que fue llamado al cuartel de la Guardia Civil, el capitán le dijo que no debía hablarles a los feligreses de salario digno ni de ese tipo de cosas, «tiene que decirles, bienaventurados los pobres». El cura le pidió la cartera, el capitán se la dio y cuando la cogió le dijo al guardia, bienaventurados los pobres porque de ellos será el reino de los cielos. «Devolvinlla y díxenlle, é moi bonito dicir bienaventurados los pobres cando se está gardando a carteira doutros».
Vendimia y trabajo
En 1968 se marchó a Francia a la vendimia y comprendió que su futuro tenía que ser llevar una vida como la de cualquier obrero. De regreso se puso a trabajar en una empresa cerámica monfortina, pero al cabo de un tiempo le dejó su puesto a un padre de familia que llegó más tarde. En los siguientes diez años trabajó reparando electrodomésticos y como electricista, tras realizar cursos de formación. Con otras dos personas quiso montar una cooperativa, pero la legislación del régimen no lo comtemplaba y trabajaron como autónomos, aunque funcionaban como cooperativa.
Cuando murió su padre, Leopoldo se fue a la parroquia de Sindrán y se integró totalmente en la vida del campo. Allí se hizo con ovejas, dos vacas y otros animales, pero al mismo tiempo su casa se convirtió en una especie de centro social. Vivían entre 8 y 12 personas. «Era xente que buscaba, máis que a relixión, dar un sentido profundo a súa vida». Algunos eran convictos que evitaron la cárcel a cambio de entrar en un sistema en el que se podían reeducar.
En aquella época estaban en contacto con movimientos naturistas, de vida simple, que promovían evitar el consumismo. Hoy considera válidos aquellos planteamientos y sigue en contacto con grupos del entorno de su parroquia en Lier, pero por encima de todo defiende que nada sea una traba que anule o limite la relación con los demás. Ahora también concede aprecio a los momentos de soledad.
Entre la etapa de Sindrán y la actual de Lier pasó otra dura y rica a la vez, de la que guarda el mismo buen recuerdo que de las demás. Se marchó a Perú y vivió en los suburbios de Lima y en los Andes. Fueron diez años en contacto con una nueva cultura en los que se desnudó de su europeísmo. Regresó «pobre e abandonado» porque venía con un tumor de próstata sin tratar que curó aquí. Ahora tiene algún problema de corazón, fruto de los cambios de altitud en Perú. «Foi unha etapa dura pero moi fértil, porque a convivencia é máis importante que a saúde».
Leopoldo Sanmartín Pazos
73 años
Cura
En la huerta, donde se siente en armonía con el entorno.