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Dilemas militares, dilemas electorales

Miguel A. Murado

INTERNACIONAL

La invasión de Gaza lleva a los soldados a enfrentarse solo a explosivos caseros y fusiles, como siempre hizo el Ejército israelí, que casi nunca libró una guerra de «verdad»

04 ene 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Normalmente, los bombardeos son una preparación para una incursión terrestre y tienen como finalidad «ablandar» las defensas del enemigo. Esto es así en una guerra convencional, pero no es aplicable a Gaza. Allí no existe un ejército, ni carros de combate ni campos de aviación. Los palestinos a los que se enfrentarán los soldados israelíes al entrar en Gaza están armados solo con fusiles de asalto y explosivos caseros. Los bombardeos han sembrado caos y desmoralización (al fin y al cabo, los civiles muertos son vecinos y familiares de los combatientes), pero el valor militar de estas operaciones es escaso. ¿A qué esperaba, entonces, el Ejército para entrar en Gaza?

Para comprenderlo es importante saber algo antes sobre el Ejército hebreo. Contrariamente al mito, este Ejército casi nunca ha librado una guerra «de verdad». Solo ha luchado partiendo de una ventaja militar desproporcionada y siendo quien decide el momento de comenzar el conflicto. Tan solo en 1973 Israel fue atacado. Por eso sufrió entonces la mitad de todas sus bajas en combate, que en 60 años son unas 6.000, cifra que sorprenderá a más de uno. En la Guerra de los Seis Días, por ejemplo, perecieron 25.000 árabes, pero solo 700 soldados israelíes, y en las invasiones del Líbano de 1978 y 1982 murieron 52.000 palestinos (40.000 civiles) mientras que Israel perdió 500 militares. Esta apabullante asimetría no se debe a que el israelí sea un ejército excelente, sino a que desde hace cuarenta años no se enfrenta a ejércitos.

Esto es lo que pesó en la decisión de enviar tropas a Gaza. Aunque pésimamente armados, los palestinos se defenderán. No solo combatirá Hamás, también los demás grupos y muchos ciudadanos sin filiación que lucharán por sus familias.

El antecedente de Yenín

Pesa el precedente del campo de refugiados de Yenín, en el 2002, cuando un puñado de guerrilleros, en vez de huir ante las columnas blindadas como esperaban los israelíes, lucharon hasta el final, llevándose por delante a trece soldados israelíes en un solo día, la mayor mortandad sufrida en una jornada por el Ejército israelí en veinte años. Israel pudo ocupar finalmente Yenín, pero solo porque todos sus habitantes habían muerto o huido. En Gaza esto es imposible.

Pesa más aún la reciente invasión del Líbano del 2006, con la que comenzó su andadura la actual legislatura israelí y que se saldó en otro desastre político. Como ahora, Israel anunció que lanzaría una fuerza de 60.000 soldados, pero solo 6.000 llegaron a cruzar la frontera, y esto para sufrir un número de bajas que se consideró insoportable (cien soldados), por lo que se decidió volver a los bombardeos (murieron más de 1.000 libaneses, la mayoría civiles) y suplicar a la comunidad internacional que negociase un alto el fuego y desplegase sus tropas en la zona (solo del lado libanés). Es por esto por lo que España tiene tropas en el Líbano protegiendo a Israel.

Reparto de escaños

Pero es que además en Israel hay elecciones en pocas semanas. Actualmente el Parlamento se encuentra dominado por la extrema derecha (Likud, Partido Nacional Religioso y los dos partidos integristas religiosos judíos tienen 50 escaños; la derecha Kadima, 29; el centro laborista, 19 y la izquierda, 8), y los sondeos anuncian un escoramiento aún mayor en esa dirección. Y resulta que el ministro de Defensa, Ehud Barak, se presenta a estas elecciones. Sabe que de la misma manera que los bombardeos han incrementado su popularidad puede perderlo todo si se equivoca ahora.

Se dice que la guerra es «la continuación de la política por otros medios». Pero en Israel, cuyo Gobierno dirigen regularmente generales, guerra y política son una única cosa. El comandante en jefe del Ejército tiene, pues, un ojo en los planes militares y otro en los sondeos preelectorales. Los muertos ajenos dan votos, los propios los restan, y él tiene que hallar un difícil equilibrio entre las dos cosas.