Rutte debe elegir entre pactar con ellos para llevar a cabo su reforma liberal o gobernar con los socialdemócratas
11 jun 2010 . Actualizado a las 02:00 h.El ascenso del Partido por la Libertad del ultranacionalista antiislámico Geert Wilders en las elecciones legislativas del miércoles no solo ha puesto en cuestión la imagen tolerante, integradora y multicultural que los holandeses han construido en torno a su sistema social. También ha sembrado la duda sobre cómo gestionará su futuro este pequeño y pacífico Estado en el que, a partir de ahora, la extrema derecha xenófoba estará en la vanguardia diaria de la vida política.
En los Países Bajos, donde viven cerca de un millón de creyentes islámicos sobre una población de 16 millones de personas, Wilders se ha llevado el 16% de los votos con un discurso que propone cerrar las fronteras a los inmigrantes de países musulmanes, prohibir el Corán y hasta regular la presencia de alimentos halal en las estanterías de los supermercados. Con ese ideario, ha pasado de nueve a veinticuatro escaños, y se ha convertido en la tercera fuerza política nacional.
Las matemáticas poselectorales auguran que el país será ahora un polvorín, porque garantizan a Wilder un protagonismo seguro: si el resto de partidos no cuentan con él para gobernar, entonces será el jefe de la oposición parlamentaria. Y lo que tendrá enfrente será un Gabinete multicolor, probablemente inestable y dividido desde sus comienzos.
La decisión sobre qué papel representará Wilders está ahora en manos de Mark Rutte, el liberal de centro derecha llamado a convertirse en el nuevo jefe de Gobierno tras ganar los comicios por la mínima: 31 escaños de 150, apenas uno más que los socialdemócratas de Job Cohen, solo siete más que la ultraderecha y diez más que los conservadores del ya ex primer ministro Jan Peter Balkenende, quien ayer dimitió tras reconocerse responsable de la debacle de su partido, que está, también, en la base del auge ultra.
Durante la campaña Rutte criticó el modelo de integración de inmigrantes, y, al contrario que Balkenende y Cohen, evitó comprometerse a no pactar con Wilders. Está por ver si fue solo una estrategia para pescar votos en los caladeros de la extrema derecha, o de un meticuloso cálculo político.
Porque Rutte ha centrado su programa en la promesa de una profunda reforma económica, que no podrá poner en práctica si tiene que gobernar en coalición con los laboristas y con Wilders, además, repartiendo a diario estopa populista en el Parlamento. Tener a la ultraderecha en el Gobierno, por contra, alfombraría el camino al programa de reformas, aunque el precio a pagar sería también alto: hacer ministro a un político que, en un país con un 8% de musulmanes, declara que odia al Islam, que Mahoma era un terrorista y que cuando ve a una compatriota con pañuelo por la calle se siente en otro país.