Tres vidas ligadas al trabajo en las conserveras de Celeiro

Mar García Balseiro
MAR G. BALSEIRO VIVEIRO / LA VOZ

A MARIÑA

PEPA LOSADA

Carmen F. Baltar, y las gemelas Nieves y Carmen Ramos Yáñez, desde los 12 años en la fábrica

11 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Tres vidas paralelas en el tiempo y en parte de su vida laboral, las de tres mujeres de Celeiro que comparten edad, 72 años, y vivencias personales y profesionales vinculadas a lo que fue la actividad en las conserveras de Celeiro. Con el profesor Vicente Míguez como maestro de ceremonias, Carmen Fernández Baltar, y las hermanas gemelas Nieves y María del Carmen Ramos Yáñez, evocan un tiempo en el que en menos de un kilómetro había hasta 18 fábricas de salazón y conservas. «A fame, os pais non gañaban para manter os fillos», dice Nieves que llevó a cientos de jóvenes mujeres, niñas muchas a unos centros de trabajo que recuerdan como tiempos «de felicidade» a pesar del trabajo a destajo y que no las eximía de atender labores en el campo y en la casa. «Eu quería ir porque ían as miñas amigas. Xa ía con miña nai lavar as latas. Daquela gañaba 8 pesetas», explica Carmen Fernández. Las tres comenzaron sus vínculos con la conserva con doce años, en la fábrica de Albo y la da Coira. Limpiar las latas, cuartos oval de bonito, primero; después limpiar la ventresca y empacarla; más tarde al taller para «cebar» y revisar las latas. «Comíamos en media hora para que as máquinas non pararan», recuerda Fernández que trabajó en la conservera veinte años. Un mundo de mujeres prioritariamente, y marcado por las costeras: bonito, chicharro, caballa... «Traballábamos a veces de día e outras de noite, aseguradas desde os 14 anos, pero facendo horas noutras fábricas cando viña o apuro do chicharro...Eu teño un bon recordo».

Tiempos en que el agua corriente no llegaba a las casas de Celeiro (no lo hizo hasta 1973), solo a la rúa do Porto, «e saíamos da fábrica e íamos para o río lavar a roupa, traballabamos as terras e os montes».

Hubo un tiempo en que las conserveras de Celeiro dieron trabajo a 600 mujeres de Viveiro, Xove, O Vicedo. «Había de todo menos escola», dice Carmen Ramos. «Non íamos por gusto, e eso que meu pai era patrón na Milagrosa e gañaba dous quiñóns», dice Nieves. Comenzaron también con doce años, «co chcicharrón, limpialo, fritilo...mes e medio, e despois parábamos ata que viña a sardiña». Ganaban 9.60 pesetas. Constatan así las diferencias salariales entre fábricas, y mismo trabajadoras. A los catorce se trasladaron a la fábrica de Santos «e foi o ceo aberto, porque nos fixeron a libreta para a Seguridade Social». Nieves trabajó 52 años en las conserveras; su hermana abandonó temporalmente para poner un bar «que non daba moito e houbo que voltar á fábrica ata os 66». Nieves evoca la gran pelea sindical que protagonizaron las mujeres de su fábrica, para que les reconocieran el subsidio del paro. Manifestaciones en Lugo y en Viveiro reclamando sus derechos. Las tres dicen que la tecnología y el trabajo en cadena de las actuales conserveras deshumaniza. «Agora son como robots, o único que hai é presión e competencia entre compañeiras».