Ajustar el cambio horario se ha convertido en un ritual que ha pasado de padres a hijos en el restaurante de Castropol
28 oct 2015 . Actualizado a las 09:12 h.Algunos disfrutaron este fin de semana de una hora más de fiesta, otros se levantaron el domingo olvidándose de atrasar el reloj e, incluso, alguno todavía sigue con la hora vieja en su muñeca.
Ninguna de esas situaciones ha ocurrido en el que posiblemente sea el lugar donde más complicaciones conlleva el cambio horario. En el restaurante Peña Mar, en Castropol, tienen expuestos en sus paredes unos cuarenta relojes franceses a los que este domingo, uno por uno, se les ha tenido que cambiar la hora y dar cuerda. Lo que para la mayoría de los mortales les llevó apenas unos segundos, para este establecimiento hostelero ha sido mucho más lento y pesado.
Cerca de hora y media han tardado en ponerlos a punto. «Ya estamos habituados a esto. Cada dos días hay que darles cuerda, uno por uno, aunque con el cambio horario el trabajo se multiplica», explica Marcelino Martínez, exgerente del restaurante asturiano.
Este empresario de la hostelería decidió en su momento continuar con la tradición de su padre y seguir colocando relojes en el establecimiento. Más de 53 años de historia representados en cuatro decenas de relojes colgados en unas paredes muy afortunadas. Y todavía les quedan otros cinco relojes a los que trata de buscar sitio. «Por nada del mundo me desharía de ellos», dice Marcelino.
Ahora es su hijo el que regenta el negocio, la tercera generación, pero Marcelino Martínez, superados ya los 80 años, se niega a dejar de seguir contemplándolos dando puntualmente la hora. Y todo ello, a pesar del trabajo que conllevan los cambios horarios.