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Las buenas raíces de Francisco Caamaño

SANTIAGO CIUDAD

22 ene 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Han pasado cien años, cien, desde que Francisco Caamaño vino al mundo. Nació este hombre en una Galicia muy lejana, esa que se diluye en la memoria colectiva y que apenas se conserva en postales de color sepia. Era aquella Galicia en la que las carreteras apenas eran un esbozo de lo que hoy son, en la que los coches eran exóticas máquinas que cruzaban las corredoiras muy de vez en cuando, y en la que los ordenadores y las redes sociales no existían, ni en los mejores sueños ni en las peores pesadillas. Francisco Caamaño nació en aquel mundo, y ayer celebró su cumpleaños número cien en este, en un presente en el que todo lo sólido se desvanece en el aire. ¿Todo? No. Afortunadamente hay cosas que sobreviven incluso al tiempo. Como el cariño de la familia.

Rodeado de cariño

A Francisco le habían preparado ayer una fiesta por todo lo alto. Primero comió con sus hijos y sus nietos en el restaurante El Acebo, en O Rial. Después, en Corón, la fiesta se abrió al resto de su amplia familia. Los bisnietos se incorporaron a la celebración para soplar las cien velas de la tarta, y todos juntos pudieron rendir homenaje a un hombre del que sus vástagos hablan con auténtica devoción. «Papá é un fillo da terra, tenlle moito apego», dice uno de ellos. Y deberían oír el tono con el que se expresa este hombre, porque ese tono vale más que mil palabras. Vuelve a sonar ese eco de amor, admiración y respeto cuando Emilia, la madre, sale en la conversación. De ella se dice que siempre fue cariñosa y buena. Y que «traballou moito toda a vida». Y sigue trabajando, como lo ha hecho siempre. Atenta a los más pequeños detalles, como quién se sienta a cada lado del homenajeado en la comida de ayer. Pendiente de lo que su marido pueda necesitar, especialmente desde que el primer día de enero del año pasado él dejó de caminar. Desde entonces Francisco ocupa una silla de ruedas, y esa es la única concesión que ha hecho a su siglo de vida. «Polo demais, papá está perfectamente», aseguran sus hijos Francisco, Manuel y Manuela. Todos los días se lee de cabo a rabo La Voz de Galicia, está al tanto de todo lo que ocurre en el mundo, y su memoria demuestra estar en plena forma. «E de apetito tamén está fenomenal», bromean los familiares.

Las verduras de Corón

A Francisco, por fuerza, le tienen que gustar las verduras. Durante toda su vida trabajó la tierra, la aró y plantó en ella todo tipo de productos que luego iba a vender -y aquello era toda una osadía- a Santiago de Compostela. «Martes, jueves y sábados iban a Santiago, y los domingos a Padrón», puntualizan sus hijos. El viaje lo hacían él y Emilia, al principio de esa aventura comercial, en un camión de manivela matriculado con el número 4.013 de Coruña. En la parte trasera, además de las verduras de cosecha propia y las adquiridas a otros productores de la zona, Francisco trasladaba a otros vecinos de Corón que también viajaban hasta la capital de Galicia para vender sus propios productos. Arrancaba el motor a las cuatro de la mañana. Los niños, de pequeños, «quedaban coa avoa, envoltos en mantiñas». Luego crecieron y tuvieron que ayudar a encender el camión. «Hasta que llegó el diésel. Pero para entonces, papá ya debía de tener unos sesenta años».

Incansable

Francisco aún iba a seguir trabajando durante mucho tiempo. Cuando nació Marcos, su nieto mayor, que ahora tiene 29 años, él seguía acudiendo a Santiago a vender la rica verdura de Corón, y de Cabanelas y, en general, de todo O Salnés. Lo dejó bien pasado el ecuador de los años ochenta. Siguió con el tractor, trabajando la tierra -esa tierra en la que ha echado tan buenas raíces- con el mismo entusiasmo de siempre. Pero, cumplidos ya los noventa años, los reflejos de Francisco dejaron de ser lo que eran, así que accedió a la petición de su familia y colgó las llaves de su vehículo agrario. «O día que levaron o tractor da casa foi un dos únicos días que chorou», cuentan sus hijos. Así, al menos, se lo narró a ellos su madre. «Emocionouse moito, porque para el a terra e o traballo da terra é moi importante, tenlle moito apego», cuentan sus hijos. «Como toda a xente da zona», reflexionan los demás. Pero ya llega de cháchara. La comida está en la mesa.

Rodeado de toda su familia, este vilanovés sopló ayer las cien velas de su tarta

Junto con su mujer, Emilia, se dedicó a vender verduras de Corón en Santiago

Manejó el tractor hasta pasados los noventa años. Y cuando lo dejó, llegó a llorar