Paredes hechas de concha de mejillón

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

A ILLA DE AROUSA

Los muros son de madera, con conchas en su interior.
Los muros son de madera, con conchas en su interior.

Un proyecto de la Universidade da Coruña intenta aprovechar las cualidades aislantes de este material para aplicarlo a un modelo de construcción ecológica

10 abr 2016 . Actualizado a las 09:19 h.

Hace un año, dos departamentos de la Universidade da Coruña ponían los cimientos de una casa construida con conchas de mejillón. Los grupos de Construcción de la Escola de Camiños y el de Enxeñería e Dirección de Proxectos de la Escola Politécnica Superior, en colaboración con un consorcio de empresas, querían poner a prueba las propiedades térmicas y aislantes de un subproducto que abunda en Galicia, el país de las 3.000 bateas.

El edificio, la pieza angular del proyecto Biovalvo, ya está construido. Y en su interior se han colocado sensores que permitirán saber si la concha de mejillón es o no un buen escudo contra el rudo clima gallego. Para ello, explica la profesora de Camiños Belén González, se han instalado sensores en cada una de las capas de la edificación y ahora se están recogiendo los datos, a fin de tener una idea clara del comportamiento de los materiales en todas las épocas del año.

Para la construcción de esta peculiar casa, la Universidade de Coruña contó con colaboradores externos. La empresa Abonomar, de A Illa, suministró la concha de mejillón con la que se forró la vivienda -se usó en el suelo, en las paredes y en la cubierta-. «En realidad, colaboramos con muchas investigaciones de este tipo», explican desde una firma que lleva 18 años intentando promocionar el reciclado de la concha de mejillón.

El arquitecto alemán

También participó en el proyecto Mike Lehmhaus, el arquitecto que diseñó la vivienda y que tuvo que lidiar con los problemas constructivos que plantea el uso de un material nuevo en una estructura que tampoco es frecuente ver. «Este era un proyecto intenso», dice este alemán afincado en Cangas desde hace 15 años. Según señaló, la concha de mejillón tiene «propiedades anticapilares muy interesantes» -impide que la humedad del suelo se transmita- pero su uso constructivo, tal y como se planteó en la vivienda, plantea un problema: el peso. «Hay que reforzar mucho la estructura».

El proyecto Biovalvo tendrá continuidad, siempre y cuando la Universidade da Coruña y todas las empresas implicadas logren la financiación precisa, claro. En el capítulo que aún está por escribirse se va a intentar introducir la concha de mejillón en la fabricación industrial de morteros y bloques prefabricados «para construcciones más básicas» que la casa levantada en A Coruña, y en la que la concha se introdujo entre capas de mortero y paneles de madera.

Explica Belén González, que junto con Diego Carro encabezan este proyecto, que «la intención es sacar productos que sean fáciles de incorporar» al día a día de las obras, abriendo caminos a una forma de construir sostenible. Y es que, si la iniciativa sale adelante, no solo se lograría hacer viviendas que resulten menos gravosas social y ambientalmente, si no que se daría salida a los residuos de concha, que tantos quebraderos de cabeza suelen producir. Pero para lograr ese triunfo, sentencia Belén González, será necesario conseguir desarrollar productos que sean eficaces y cuyo precio esté equilibrado con la realidad del mercado. El tiempo dirá si Biovalvo es solo un sueño.

Un producto útil para regenerar la costa, para fabricar biodiésel e incluso para hacer cosméticos

La empresa Abonomar nació hace 18 años en A Illa para promover el reciclaje de concha de berberechos, almejas, ostras y mejillones. En todo este tiempo, la firma ha colaborado con un sinfín de proyectos de investigación desarrollados desde distintas Universidades. «Hemos colaborado aportando y cediendo la materia prima, y seguiremos haciéndolo», dicen. Como expertos que son en la materia, reconocen que la concha de mejillón es un subproducto en cuyo aprovechamiento se piensa mucho. «Hay mucha gente trabajando».

Ese mar de investigaciones y trabajos también lo conocen en el Consello Regulador do Mexillón de Galicia. Desde ese organismo apuntan, como también hace Abonomar, que la mayor parte de esas investigaciones finalizan antes de haber logrado que sus ideas den el salto al mundo real de la empresa, la industria y el mercado.

Es en el terreno de la construcción donde más experimentos se han hecho con las conchas. Que estas tienen cualidades aislantes es una realidad que se conoce desde hace siglos -las paredes se recubrían con vieiras por una cuestión práctica, no estética-, y se intenta actualizar esos usos. Así que se han patentado muchos productos relacionados con el mundo de la construcción y que tienen las valvas como ingrediente. La Universidad de Santiago, por ejemplo, desarrolló un sistema para, a partir de conchas y resinas, fabricar aglomerados. La de Sevilla registró en el 2009 una fórmula para la «la obtención de materiales resistentes al fuego» que también tiene conchas en su receta.

Otras patentes registradas nos hablan de las cualidades de la concha de mejillón en el cuidado de zonas de costa dedicadas a la producción de marisco, en la regeneración de espacios marinos e incluso en la construcción de arrecifes artificiales. Pero sus potencialidades no acaban ahí. Se ha probado su uso en la elaboración de protectores solares y cosméticos, en la fabricación de biodiésel, o como agente de tratamiento del agua o de lodos contaminantes.

La experiencia frustrada

La lista es larga, pero lo cierto es que el paso de las investigaciones al mundo de la industria pocas veces se produce. Y cuando se da el salto, a veces se fracasa. Es el caso de Calizamar, una empresa afincada en Boiro que procesaba unas 30.000 toneladas de concha al año, convirtiéndola en abonos o en ingredientes de morteros y plásticos. Tras diez años en activo, la fábrica cerró en 2009 por los malos olores que producía.