Los arqueólogos han dejado al descubierto la mámoa 4 de Areoso; ahora toca entrar y seguir excavando
03 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.El agua que abraza al islote de O Areoso (A Illa) es cristalina. La arena, lo suficientemente blanca como para que este rincón de la ría se haya ganado el sobrenombre de el Caribe gallego. Atraídos por semejante reclamo, bañistas de más lejos y de más cerca acuden cada verano a esta isla que no siempre fue isla. Hace unos 5.000 años, el nivel del mar era entre cinco y siete metros más bajo de lo que lo es ahora. En aquel remoto momento, A Illa era una península, y el archipiélago de Guidoiros estaba unido a ella. Por alguna razón, ese rincón fue elegido por los habitantes del Neolítico para enterrar a sus muertos. Pero hace unos 2.000 años, el mar creció, cambió la fisonomía de la ría. Areoso acabó rodeado de finas aguas y la arena fue cubriendo, poco a poco, las huellas del hombre, que apenas se acercaba al islote para esconder tesoros de carcamáns y alijos menos honrosos; o para extraer piedra o marisco.
Areoso se convirtió, así, en una cápsula del tiempo a cuyo contenido los arqueólogos llevan años intentando acceder. Hubo excavaciones en los años ochenta, y en 2016 se realizaron trabajos de documentación y registro en dos de las cinco mámoas identificadas. Hace dos semanas, un equipo multidisciplinar llegó para desvelar la historia que tiene que contar la mámoa 4. Para ello han tenido que retirar, capa a capa, la duna que la cubría, dejando al descubierto una cámara funeraria construida hace entre 4.200 y 2.000 años. «De momento, a cronoloxía do dolmen non está clara», explicaba ayer uno de los arqueólogos que dirige la excavación. Le hablaba al conselleiro de Cultura, Román Rodríguez, cuyo departamento ha destinado unos 70.000 euros a este proyecto, «co que se quere obter toda a información precisa deste xacemento, que ten unha grande riqueza».
Obtener toda esa información es, además, algo urgente. Areoso tiene fecha de caducidad, y más vale que lo vayamos asumiendo. El mar se come, poco a poco, el islote. Y la acción del hombre, empeñado en saltar sobre las dunas pese a que está prohibido, no hace sino facilitarle la digestión. Y ahí están los arqueólogos, luchando contra el tiempo, inclinados sobre una capa de tierra sorprendentemente negra, buscando restos y documentando las piezas -el cuncheiro, una cista, unos trozos de mandíbula, restos de una vasija de cerámica campaniforme- que van surgiendo alrededor del dolmen.
Un reto logístico
En el interior de este aún no se ha empezado a trabajar; no han podido. La losa que cubría la estructura está caída, y retirarla se ha convertido en un problema que no quedará solucionado hasta hoy. Un cantero parece haber logrado resolver el problema logístico de mover una piedra tan pesada en un lugar en el que no hay ni grúas, ni tractores. La retirada de esa losa supondrá inaugurar una nueva fase de los trabajos. Se excavará el interior para ver si se conserva en él algún resto humano. Y el profesor Fernando Carrera escudriñará las paredes para comprobar si en ellas hubo, en algún momento, pinturas.
Quedan muchas piezas del puzzle por recoger. Mientras, con las que ya están sobre la mesa, los expertos intentan dibujar el pasado de Areoso. Junto al dolmen, apoyado sobre su coraza de piedra, se ha encontrado un cuncheiro: un basurero de hace, probablemente 2.000 años, en el que abundan los restos de ostra, de mejillón, de lapas, mezclados con algunas piezas de cerámica y huesos de animales.
Ese rincón será una gran fuente de información. Ya lo está siendo. El basurero es más moderno que el dolmen, lo que permite concluir, con todas las cautelas de los expertos, que el recinto funerario fue reutilizado, tal vez al inicio de la Edad del Bronce, bien como un lugar de enterramiento, bien como un sitio para vivir.
Dejemos a los arqueólogos haciendo su trabajo. Buscando respuestas y desenterrando nuevas preguntas. Volvamos a tierra firme. Desde el mar vemos a los turistas que ya van llegando a la isla en una jornada con más nubes que claros en el cielo. Un hombre con un bañador rojo se pasea por lo alto de la duna, una zona protegida y prohibida. Quizás tenga razón el Concello de A Illa. Quizás sea hora de tomar medidas, de verdad, para proteger O Areoso.