
Tres jubilados atesoran la memoria de los misterios del Olimpo gallego
07 oct 2014 . Actualizado a las 07:39 h.El fuego desnudó hace un año al monte de O Pindo, pero aun así guarda muchos secretos. En sus 2.377 hectáreas calcinadas permanecen esparcidos los esqueletos de los pinos ardidos y muchos de los misterios de la mole sagrada. Algunos de ellos los conocen dos de los guardianes del Olimpo gallego. Uno es Marcial Martínez Santiago, de 82 años y último pastor de estos parajes. El otro es Modesto García Quintáns, el cartógrafo que ha entregado parte de su alma a esta vieja morada de los dioses.
Marcial Martínez Santiago nació en Arcos (Mazaricos). De niño iba con la yegua a buscar arena a la playa de Carnota y recorría estos senderos pétreos. Hasta los 26 años fue pastor en el Olimpo. Llegó a cuidar unas 60 o 70 cabras, 200 ovejas y una docena de vacas. Los últimos cabritos se los llevaron los vecinos de O Pindo para hacer una fiesta. Fue operado de una cadera, pero con sus dos palos puede subir hasta A Moa las veces que haga falta. Suele llevar de acompañante a José Franco Tarrela, de 84 años, quien es capaz de fatigar a un joven en su ascenso. Con Modesto, que ya lleva estudiados casi 700 topónimos del macizo granítico, forman un trío de incansables escrutadores del pasado de la última morada de la reina Lupa.
Cuentan cómo los muertos de O Pindo eran trasladados hasta el cementerio de Carnota por los estrechos senderos ahora casi intransitables. Llevaban el féretro colgado de un largo varal. «Tíñano que pillar entre dous homes para poder andar por estes carreiros», explica Modesto. La muerte, además de provocar pesar, era una pesada carga. En Ondesepousa descansaban. Ahora en este lugar hay mesas para las meriendas de los senderistas.
Dicen que los pastores aprendían a nadar en el Pozo das Caldeiras. Allí hay una cascada. A estas alturas del año lleva poca agua. Cincuenta metros más abajo, Modesto vio en el mes de julio una anguila de 50 centímetros, una excepción en un desierto pétreo que perdió todo rastro de fauna, salvo alguna pisada de jabalí.
El Val dos Encantos luce tan hermoso como siempre. A su pie permanecen las barreras y la paja instaladas para evitar el arrastre de ceniza. Mientras, el gigantón del Outeiro da Nariz mira serio cómo resucita el carballo enano.