El Cantón Pequeño es más pequeño. Ayer cerró el ultramarinos más antiguo de la ciudad. «El lunes voy a estar aquí con la puerta medio abierta porque tengo que recoger todo y arreglar el tema de los empleados con la Seguridad Social», comenta con gesto serio Aniceto Rodríguez Dans, hijo del hombre que dio nombre a este legendario establecimiento allá por 1930. Pero la historia de este negocio se remonta a mucho antes, a 1815. Ayer me acerqué por allí para compartir con la familia propietaria los últimos minutos de una historia de dos siglos. «Da pena, son casi 200 años», apunta el Aniceto Rodríguez de la tercera generación. Tiene 35 años y es profesor, y al igual que sus hermanos Lucía y Miguel, recuerda las muchas horas que paso en la tienda echando una mano en la temporada más fuerte, la de Navidad. Lo mismo hizo su madre, Charo, y sus tías. «Llevo varios días llorando», se sincera María Celia Rodríguez Dans, la única hija (los otros son varones, Aniceto, Isidro y Eduardo) del fundador.
Un cierre por ley
Aniceto, que mañana cumple 70 años y lleva desde los 14 vinculado al negocio, se jubila como profesor del Fernando Wirtz y no puede desempeñar otro trabajo por ley, ni subrogar el negocio. Los Cantones se quedan huérfanos. En la última hora de historia de Aniceto no entró ningún cliente, tan solo un joven que le quería enseñar a una amiga la tienda-museo. En sus estanterías apenas queda nada, aunque todo bueno. Botes de especias, latas de gran calidad, aceites, licores, algunos vinos, quesos, morcilla asturiana y, al fondo, dos pequeños lacones colgando de una alcayata muy diferentes a los imponentes que ofrecía el local antaño. La cortadora de fiambre de 1930 funciona como el primer día y las básculas siguen igual, ajenas al peso del tiempo. «Lo que queda lo vamos a repartir entre los cuatro hermanos», explica.
Pioneros en todo
«Tiendas las había buenas, pero Aniceto era como el Bernabéu. Como el Museo del Prado en asunto de comestibles. Fue el primero que tuvo servicio a domicilio», recuerda, como siempre de forma gráfica, el veterano periodista Vicente Leirachá. La historia y la leyenda van de la mano en este bajo del Cantón Pequeño. El primero que vendió jamón de Jabugo, salmón ahumado auténtico, cestas de Navidad... Fue pionero en todo gracias a una clientela tan selecta como los productos que adquiría.
Desde 1815
El pasado comercial se remonta a 1815 cuando un soldado francés que desertó de la Guerra de la Independencia montó en el Cantón Pequeño un primer negocio donde estaba el Banco Español. «De ahí proviene el apellido Dans», explican. En 1880 se trasladó a la ubicación actual, aunque era más pequeño. Los descendientes me muestran las gastadas y hermosas baldosas que llevan ahí desde el primer día y que algún turista japonés pidió permiso para fotografiar. «Mi padre tuvo mucho mérito. Era dependiente y compró el negocio y se casó con Celia Dans, la sobrina del anterior propietario, Eduardo», recuerdan. Fue en 1930, como les decía al principio, cuando pasó a llamarse Aniceto Rodríguez. El ultramarinos más antiguo de la ciudad, que desde ayer es historia.