Un entrenador ayuda a los enfermos a superar los síntomas mediante pilates
16 mar 2014 . Actualizado a las 12:01 h.Manuel Varela Rodríguez tiene 59 años y en junio del año pasado tuvo que hacer un parón en su trabajo como investigador en el Centro Oceanográfico de A Coruña a causa del párkinson que padece desde hace cuatro años, que lo ha ido limitando de forma progresiva. Hace tres meses comenzó a trabajar con Carlos Edreira, del gimnasio Charly de Betanzos, y su evolución dio un vuelco. «Fue un cambio radical. A mí me abre la perspectiva de llevar una vida casi normal», asegura este enfermo, quien confiesa que caminar es una tarea que todavía ejecuta con miedo.
Las responsables de esta mejoría son una serie de técnicas de pilates que Edreira ha bautizado como Ansa, por sus hijas Ana y Sara, y que incorporan taichí y yoga. Además de fortalecer el cuerpo, esta terapia aporta a quien la ejecuta equilibrio mental, sensaciones de relajación, mejor ubicación postural... Una serie de beneficios que se están revelando especialmente eficaces con los enfermos de párkinson, pero que el propietario del gimnasio lleva desarrollando desde hace una década en pacientes con otras patologías, como la escoliosis o la fibromialgia, o que habían sufrido accidentes cerebrovasculares.
«Hasta hace tres o cuatro meses no había trabajado con enfermos de párkinson, pero cuando empecé a trabajar muy estrictamente con Manuel me di cuenta del resultado», explica Edreira, quien en la actualidad trata a un grupo de seis enfermos con los que mantiene sesiones individuales y una conjunta una vez a la semana.
«Las reuniones de grupo son alucinantes. En ellas comprobamos muy bien los progresos de los otros, aunque cada uno se queje de que no progresa. Es un refuerzo enorme», asegura Varela, quien subraya que, más allá de la importancia del ejercicio físico, lo determinante en su opinión es el trasfondo psicológico de la terapia. «Carlos tiene un don especial y la primera vez que vino a verme parecía que me había leído lo que tenía dentro», añade este investigador, quien asegura que en muchos casos los demonios del enfermo son más la vergüenza y el miedo que la propia dolencia.
«Lo más importante es tener un objetivo, una meta. Yo con Carlos me he propuesto dos: volver a conducir y poder ir a trabajar. Él me asegura que sí y yo me lo voy a creer», explica Varela. «Yo les hago hacer cosas que no son capaces de hacer en la vida cotidiana: subir escaleras, salir a pasear... Les transmito seguridad y, aunque el párkinson no lo curo, los síntomas de la enfermedad los elimino. Es radical», asegura Edreira, quien trata a un grupo que va desde los 40 años hasta los 72.
«Es gente que no se podía levantar y ahora le ves luz en los ojos, chispa, vida», agrega este preparador físico, que lleva casi treinta años dedicado a la actividad física.