Los edificios del gallego Alberto Veiga establecen un diálogo con sus contextos físicos y temporales
15 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.El edificio de la Filarmonía de Szczecin, en Polonia, le valió el premio Mies Van der Rohe de arquitectura europea al estudio formado por el italiano Fabrizio Barozzi y el compostelano Alberto Veiga. Un reconocimiento a una trayectoria que jalonan varios museos, conservatorios y otras instalaciones de carácter cultural, y que, aunque no se ha traducido en un incremento de encargos, sí ha despertado un interés académico por el estudio con sede en Barcelona, como la invitación que Veiga aceptó de la Fundación Luís Seoane, donde ayer explicó sus planteamientos arquitectónicos. «Me ha hecho una ilusión especial, no solo por el prestigio de la fundación, sino por tener la oportunidad de explicarnos a un auditorio que no tiene por qué estar integrado por arquitectos pero sí tener un interés en la disciplina», afirma.
Entre esos planteamientos figuran los de los proyectos en curso de Barozzi/Veiga, que incluyen un museo de arte y una escuela de danza, ambos en Suiza, así como un conservatorio en Italia, ejemplos de una visión arquitectónica que prima la relación que establece el edificio con su entorno, una interacción a la que llegan a otorgar más importancia casi que al inmueble en sí. «Cuando trabajas en una ciudad formas parte de un organismo. Un edificio puede cambiar de dueños, de usos, pero su relación con el entorno no cambia. Nosotros buscamos crear espacios de calidad que funcionen bien como una pequeña parte dentro de ese todo complejo que es la ciudad. Una buena arquitectura es la que tiene éxito en esa relación y no tanto por el edificio en sí», explica Veiga. Un ejemplo de ello es un museo de arte en Lausana, que además de su organización interior dialoga con la memoria del lugar y con sus ciudadanos de hoy: «Solemos decir que en vez de hacer edificios icónicos hacemos vacíos icónicos. En este caso es una plaza, un espacio que la gente puede hacer suyo».
Una relación que cobra una relevancia especial cuando se trata de actuar en un casco histórico. Veiga lo ha hecho en Brunico, Italia, donde tiene en curso un conservatorio. «En casos así a veces tienes que ser menos expresivo porque priorizas la esencia del lugar, incluso admitir que tu edificio desaparezca», subraya. Esa «desaparición» se concretó llevando buena parte del inmueble al sótano y coexistir en armonía con un entorno marcado por la existencia de varias villas y sus jardines. Para intervenir con éxito en un entorno tan connotado, el arquitecto debe valerse de su sensibilidad y bagaje formativo. «Tu propia intuición, tu propia experiencia son importantes. Nunca partes de cero y al final todo lo filtras por tus obsesiones personales», relata Veiga, consciente también de que la premisa fundamental es «no cambiar la memoria de un sitio». Algo que no tiene tanto que ver con materiales o estéticas como la relación íntima que vincula a un lugar: «Cuando la gente ya no puede llamar a los sitios como siempre hizo porque ya no están; ese es el problema».
Conocidos sobre todo por sus infraestructuras culturales, Barozzi/Veiga han podido diversificar sus proyectos en los últimos años. Trabajan actualmente en una residencia de estudiantes en Bérgamo, Italia, a la vez que en una vivienda unifamiliar en Cretas, Teruel. Pero en su carrera permanecen como hitos la Filarmonía de Szczecin o el Museo del Neandertal de Piloña, en Asturias, que parece formar parte de un paisaje desde siempre, como un fósil o un accidente geográfico. «Cuando un proyecto es bueno llega un punto en que sabes que no necesita más. Esa naturalidad es la que buscamos», concluye Veiga.