El cantante fallece a los 82 años, apenas tres semanas después de publicar su último disco
12 nov 2016 . Actualizado a las 10:02 h.Los últimos meses de Leonard Cohen fueron los de las despedidas. En julio le envió una sentida carta a la musa con la que convivió varios años en la isla griega de Hidra y que inspiró uno de sus temas más conocidos, uno que lleva el adiós en su título, So long, Marianne. «Bueno Marianne, ha llegado ese momento en el que somos realmente viejos y nuestros cuerpos se están desintegrando y pienso que te seguiré muy pronto», le escribió a su antiguo amor en cuanto supo que estaba enferma de leucemia. Marianne Ihlen falleció en Oslo el 28 de julio a los 81 años. El pasado lunes le siguió Cohen (aunque su muerte no se hizo pública hasta ayer). Tenía 82.
Quizá consciente de que se le agotaba el tiempo, el cantante, como también hizo Bowie en enero, entregó su testamento musical. El 21 de octubre se publicó You Want it Darker. Repleto de alusiones a la finitud y el adiós -«Au revoir», «Estoy fuera del juego, apaga la vela, dejo la mesa»-, Cohen, nacido en Montreal en 1934, se sinceró en un reportaje de The New Yorker: «Estoy listo para morir». El revuelo suscitado lo obligó a matizar que quizá había exagerado un poco y que esperaba vivir durante mucho tiempo, al menos «120 años». Su desmentido tiñó ayer de sorpresa la noticia de su fallecimiento, del que todavía se desconocen las causas.
«Mi padre murió tranquilamente en su casa de Los Ángeles con la certeza de que había completado lo que sentía», explicó en un comunicado su hijo Adam, productor de You Want it Darker. El álbum fue recibido con grandes elogios, como sus anteriores entregas, Old Ideas (2012) y Popular Problems (2014), que hallaban a Cohen en plena forma artística, demostrando que la edad no había minado su capacidad creativa, intacta hasta el final.
La voz que halló el acorde secreto de las emociones
Pese a su condición de artista de masas, Leonard Cohen parecía hablarle personalmente a cada uno de sus oyentes. Con un susurro de su voz grave y melancólica establecía una relación íntima que tocaba la tecla de las emociones: por decirlo con las palabras de Hallelujah, una de sus canciones más conocidas, había hallado el «acorde secreto» de ese otro gran compositor, el rey David, con el que conmovía en lo más hondo. Fuera porque relataban la experiencia ajena o porque uno podía reconocer la suya propia en sus letras, Cohen nunca podía ser recibido con indiferencia. A ello ayudaba, claro, que escribiese sobre ese vínculo de opuestos indisolubles, la vida y la muerte, y los hitos que contienen: el amor en su inabarcable variedad -el sexo y la seducción-, la violencia, la religión. El compositor hablaba de sus versos como indagaciones que trataban de explicar, a veces con franqueza, a veces con un bello velo poético, los avatares vitales que asombran, entusiasman, hieren.
A diferencia de otros músicos, Cohen ya estaba curtido, como escritor y como persona, cuando debutó en la canción en 1967. Con poemarios y novelas de corte experimental a su nombre, su primer álbum nacía con una madurez que a algunos coetáneos les había costado varios discos. El bagaje lírico y su educación judía -su abuelo materno era rabino- dieron forma a una imaginería tan personal como irresistible. El té de China y las naranjas alimentaban el amor de Suzanne, el niño gitano se despedía de Marianne y Cohen, como el borracho en el coro de la medianoche que evocaba en Bird on the Wire, apuntaba otros caminos para conquistar la libertad.
Pese a ese estreno, Cohen recorrió un largo camino, entre lo profano y lo sacro, donde tanto le escribía una carta a la nueva pareja de su amante -Famous Blue Raincoat-, cedía a la tentación de la carne en la edad adulta -I’m Your Man- o le cantaba a su propio arte en Tower of Song. Entre sus devotos se hallaban no pocos músicos, como demuestran las incontables versiones de Hallelujah, que han hecho suya desde roqueros como Jeff Buckley hasta coros como los Niños Cantores de la Sinfónica de Galicia. Tal era su talento, tal su atractivo.