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El paraíso en una esquina

Eduardo Galán Blanco

CULTURA

En «Paterson», Jim Jarmusch nos regala una pequeña obra maestra, quizá su más excelsa pieza, lo que ya es decir del autor de «Extraños en el paraíso»

17 dic 2016 . Actualizado a las 10:04 h.

En Paterson, Jim Jarmusch nos regala una pequeña obra maestra, quizá su más excelsa pieza, lo que ya es decir del autor de Extraños en el paraíso, Dead Man, Noche en la tierra, Flores rotas o Solo los amantes sobreviven. Una película tan humana que no parece de este siglo. Tan dulcemente triste que es un himno a la alegría. Un sencillo pero profundo poema de amor contemplativo que nos recuerda como mirar. Una deliciosa fábula sobre la pequeña felicidad, que siempre es grande. Un cuento alrededor de la falta de ambiciones, como ideología enfrentada a la ciega desazón del triunfo inútil. «Cuando al final de la jornada me siento en el bar y miro el fondo de mi vaso de cerveza me siento orgulloso y feliz», dice este poeta urbano que protagoniza el filme.

Paterson es la historia de un conductor de bus que ama la poesía escrita en un cuaderno secreto a la hora del bocadillo, como quien come o respira. Poemas pensados al mirar pasar los peatones en el paso de cebra. Y, por la mañana, cuando un reloj natural despierta al protagonista para ir a trabajar, el paraíso está ahí, en esos minutos en los que se abraza a su pareja, justo antes de levantarse. Jarmusch recupera al japonés de Mystery Train, que viajaba a Memphis para encontrarse con el espíritu de Elvis, y lo cruza con Paterson en un parque, peritando así los convergentes anhelos de la belleza cotidiana y reconociendo el valor de la palabra que nadie compra.

Al conductor Paterson -nombre auténtico, no un apodo-, que conduce por la ciudad del mismo nombre, lo interpreta un actor que no se apellida Driver por casualidad. Después de su antipático villano en la nueva Star Wars y del egotista chaval de Girls, la interpretación de Adam Driver es en verdad conmovedora, algo así como el redescubrimiento de una vieja amistad. Y la iraní Golshifteh Farahani resulta una plácida y soñadora gata inquieta de ojos afilados, la encarnación misma del amor que mira sonriente. En fin, Paterson es un tierno y delicioso monumento levantado al soñador de provincias. Y, seguramente, la mejor película del año.